viernes, 8 de junio de 2012

Decepciones


Confucio, según cuentan, solía decir: “Espera poco de los demás, pero exige mucho de tí mismo.”

No tuve el placer de conocer a ese chinito (¡Je! ¡Je!) ni tampoco tengo planes de llegar ser tan viejo ni sabio; entretanto, para lo que Dios me añada a estos años de vida, el único “plan” que imagino haré, es verle la cara al primer nieto, terminar de construir lo que me falta para decir: “Ya tengo casa” y, en -lo inmediato- desmalezar esos 1.000 m2 de terreno que no limpio, desde que volví de Colombia.

Hace años, no recuerdo cómo, me enviaron aquel cuento de aquel trabajador que, cansado ya de sus años de labores, deseando disfrutar de sus años de retiro y el beneficio de ciertas pensiones, inició un trabajo a regañadientes.

No tengo a la mano, dicho cuento, para re-publicarlo (no me agrada parafrasear ni robar el trabajo intelectual ajeno) pero, para decepcionarlos, lo resumo:

Ese trabajador puede ser tan bueno, cumplidor o inteligente como Ud.
Ese hombre (debió haber sido mujer) era de la clase de obrero que siempre entraba temprano a sus faenas, pero salía tarde, en esa consecución de años laborales.
Su jefe le tenía gran estima, mucha confianza; pero cansado ya, quizá hastiado de que el sueldo no le alcanzaba ¡Sabrá Dios! Estaba como apuradito para disfrutar sus años de vida de retiro.

Ese hombre (merecedor de una buena esposa) había adelantado toda suerte de documentos y pendejadas para ausentarse. Supongo que, con todo medio y enteresa, hizo aquellos tediosos trámites que se debían hacer para “disfrutar de la pensión”.

-Ramón -le dijo el jefe- necesito que me hagas un último trabajo. Durante años, casi toda tu vida, diste los mejores años a este oficio y, no queriendo que te vayas, sin que hagas la mejor y última de tus obras, te ruego que me hagas esta última casa y te vayas como quieras. (Cámbiele el nombre de Ramón y póngale el que se le antoje) (¡Insisto! Puede ser el de una mujer).

Ramón, con arrechera, casi que fruncía la cara. Por dentro, ya cansado, se zafaba con palabras y argumentos.

-Te entiendo, amigo! Tienes toda la razón y estás en pleno derecho a negarte... Una sola cosa te digo. Te pondré el sueldo que quieras y los materiales que pidas y, si me rechazas, lo consideraré un insulto; pues -esta casa- es un trabajo super especial (bien proyectado) ¡Como si la fuera a usar yo! y, no te lo pido como jefe, te lo ruego como amigo... ¿Qué me dices?

El carajo (quizás una tipa) aceptó el compromiso (lo sedujeron con más dinero).

Al principio, como siempre, arrancó bien contento, pero -al notar nuevas complejidades, nuevos retos- comenzó a desanimarse y miró el paso del tiempo.

El jefe, una vez que otra, le echaba alguna mirada.

Si podía detenerse, intentaba conversar -dándole alguna palmadita- pero Ramón, apocado, no sólo le evitaba, sino que su desánimo afectaba a otros en la obra.

Para concluir (porque quiero irme a mi casa) Ramón (Petra, Helena, Pedro o Jacinta) comenzó a gritar a sus compañeros de trabajo. Ciertos días ni llegaba a tiempo (o no se aparecía) y -obviamente- los reportes llegaron al Jefe, al punto tal que, el día que debían terminar la obra y entregarla al nuevo dueño, se estaba postergando.

-¡Ramón! -dijo el jefe- No sé qué te está pasando, pero tengo una idea. Esa casa, que te pedí y te rogué ¡Halándote bola! Debía estar ya lista y bien terminada. No sé cómo hubo ese cambio, no sé qué cosa te afectó, al punto tal que -no sólo me incumpliste a mí- sino que dejaste de ser un ejemplo a tus compañeros de trabajo, a esos quienes te admiraban en tu puntualidad, tu exigencia ¡dándoles un mejor ejemplo!... ¡Qué te pasó? ¡Coño, chico! Creí a tu capacidad de compromiso.

Ramón, bajando la vista, no respondió. Hubo un brillo en sus ojos -por un momento- pero no dijo palabras.

¡Bueno! El resto de la historia la saben muchos. Sin embargo, para quienes no lo sepan (lo dudo) el jefe -tratando de homenajearlo- le dijo un par de razones un par de disculpas, pero -la casa- era para que la habitase Ramón y no otro dueño.

¿Cuántas veces no somos Ramón?

¿Cuántas veces nos ilusionamos con pendejadas intrascendentes? Y nunca terminamos de disfrutar lo que deberíamos disfrutar.

Podría escribirte una docena de cosas, pero mis argumentos no valen nada frente a tus razones (yo soy Ramón y tú eres Ramona).

Podría decirte un par de cosas, pero tú, y solo tú, tienes una cantidad de cosas fijas en tu mente y nadie distinto a tí te sacará de esas ideas: ¡Tú sabes q quien necesitas y vives para lo que buscas! (somos otro Ramón o peor que Ramón).

Me estoy volviendo práctico estos días.

Estoy desarrollando una habilidad de interactuar -con el futuro- que yo mismo me sorprendo.

Tengo claro qué no quiero, aunque -de seguir así- me estoy complicando (pero llevo dos décadas en este negocio) (y ya no voy apurado).

Hay muchas cosas que pueden o deben desilusionarte.

Si alguna vez las descubres (o te las señalan) no subestimes lo que a bien te digan y presta algo de atención: Algunos somos miopes, y más, si éstas cosas tienen que ver con ideas que no mueven un corazón.

Tal vez, y no sé cómo, se nos mete una bobada y caminamos hacia un precipicio. En ciertos casos, más nocivos, la gente se enfila por caminos que no ofrecen vuelta atrás y, te confieso, por mi ventana veo a pasar a gente que ha caído (y sigue) por el mundo de las drogas, del licor, el robo, la prostitución y el delito... ¡Esos tienen esperanzas! Pero sólo si la aceptan, si la buscan y la reciben.

Otros, como tú y como yo, elegimos un camino distinto, a veces de solitarios; pero no creo que este mundo sea tan cruel para no asistirnos en lo que podría ser otro clon, un difícil milagro o una intervención más directa salida de la mano de Dios (No lo sé, pero me abandono a esa suerte, acelerando mi paso).
Lo importante, a manera de resumen, es no decepcionar ni decepcionarnos. Hay quienes esperan mucho, dando poco. Hay quienes no se esfuerzan en nada, y lo quieren todo...

No soy de las personas que desee joderme toda una vida por algo, tampoco, por el contrario, soy de los que subestime las cosas porque no me hayan costado mucho o no pague nada ¡No! ¡No! Todo tiene un valor. Un valor emocional y un valor material. Un precio monetario y un precio sentimental o espiritual: “Lo barato sale caro” y, termino inclinándome a favor de éste adagio (más viejo que yo). ¡Ja! ¡Ja! Me quiero ir a mi “eterno” destino (ya me aburro por entrar en los años de retiro) ¡Sin real? ¡No señor! Sin dinero, Ud ni yo, somos nada y NO podremos pagar el ESFUERZO de nadie (y todo esfuerzo vale) ¿Puedo predicar? Léase Mateo 10:10).

Ayer, siguiendo la petición de mi hermano, salí a comprar cambur. Petare se ha convertido en un sucio mercado callejero. Las calles son inhumanas... y no haré un buen retrato, hasta ese día que Ud mismo vea y lo perciba.

Fui al sitio que él me había referido. Normalmente camino lejos, no siento pereza para hacerlo, no me de flojera -pero- meterme entre esta gente, ciertamente, me disminuye ¡más por el descaro irrespetuoso de las leyes de tránsito! (pero sigo en Cuba-Zuela).

Compré 2 kg de cambur. No los escogí, no seleccioné, y me abandoné a la buena fe de aquel hombre. No hablaré de su aspecto (yo parezco más que un loco) pero sí noté sus manos y me fui ¡Eso sí! Pagué la cuenta.

Lidie con esa gente que estorba. Evité los lugares que parecían más congestionados por el ruido, por los motorizados irresponsables y, pasando de puesto en puesto, me imaginé caminar en los peores lugares de China (y quise volar).

Al pasar por el enésimo puesto de frutales, un mensaje subliminal me despertó de mi anestesia psicológica: “¿Me habrán robado?”

Con un paso más rápido, constante y seguro, intuía la verdad. No me hice un plan, no maquiné nada, prefiero vivir el momento.

Al llegar, alcé mi mano y puse una bolsa sobre la balanza. Cierta señora,vestida de vendedora, me observaba, no muy contenta.

Al notar el peso, confirmé mi sospecha (tenía 2Kg de azúcar, pero el peso de ese buhonero “acusaba” 3Kg de azúcar).

-¡Mira, pana! Compré 2 Kg de cambures, y te pagué completo... ¿Sabes lo que tengo en el peso?

El tipo, sentado, se desentendía.

De no ser por la mujer que ya me decía: “Ese peso no es del uso público”, haciéndome a un lado para que me retirara, le insistí.

Allí puse 2 Kg de azúcar ¿Por qué tu peso marca 3?

La mujer le dijo a su empleado: “¡Dale sus reales!”

Los tomé y me vine, hacia otro comercio (lo que nadie sabía es que me comí un camburito) ¡Ji! ¡Ji!

En el fondo, la decepción, no es esa clase de trampas en la que uno pide y el otro da.

No es aquella en la que una parte demanda y otra satisface.

El desengaño no es la mentira que tú descubres, que yo descubro o en la que me pillan, sino en esa falta que nos hacemos, a diario, en una multitud de transacciones, sean de naturaleza comercial, emocional, de concesiones o de emociones.

¿Cómo estás tú?

¿Cómo estoy yo?

No soy erudito, pero sí decepciono, me han decepcionado y puedo reponerme. De ser estudioso, inteligente, clasificaría -la decepción- en dos (2) tipos (gran descubrimiento):

1.      Decepción Pasiva
2.      Decepción Activa

Trataré de explicar cómo veo el asunto.

La pasiva la veo como aquel viejito pendejo que cifra sus esperanzas de -felicidad- en una persona demasiado joven. Es el viejo verde que mira a una carajita de 15, 30 o 40 años (con malos ojos) pero no admite su error, no admite los riesgos a los que se expone -sexual y emocionalmente- y, luego, al poco rato, no comprende “por qué sólo le piden dinero” o “porqué se fue la chica con otro”. Hay carajos, muy claros y conscientes, que saben pagar el precio de las  heterochulas o heterochulos y, sin embargo, se sienten miserables (yo me sentiría muy mal si alguien me quisiera por dinero y NO por ser la persona que SOY) (¡Ah! Las hetero-chulas y hetero-chulos, también se sienten mal por saberse “son” simples objetos sexuales: Por eso cobran).

La decepción pasiva es esa en la que alguien dice: “No me enamoran”, pero uno no hace un firme compromiso de amor (ni consigo, ni con nadie). Es aquella clase de carajo que se cree bonito, esa mujer que se estima demasiado “buenota” -pero- a ningún pendejo recibe. ¿No es eso pasividad?

Alguien que no se cuide, alguien incurso en drogas, alcohol -incluso con malas amistades- a la larga, malgastando sus días, llegará al estado en que he visto a muchos y, para colmo, la guacharaca ya no canta (estoy pensando en los versos de “Moraleja Senil) (es una desgracia no tener a NADIE para amarse, y para amar).

Es ¡rete-frustrante! que uno vaya en una dirección y otra, por otro camino (y no existen senderos paralelos en la mente).

La decepción activa es aquella en la que nosotros, directa y voluntariamente, somos los victimarios e, incluso, buscamos una víctima. Si en la una, el pasivo “espera”, en ésta, el engañador las busca. Allá, alguien dice: “No me enamoran”, pero, en ésta: “Como me engañaron... ¡Joderé a medio mundo”.

NO pretendo condenar a nadie, en todo caso, me acuso a mí mismo.

El decepcionado pasivo, por ciertas circunstancias, es aquel que asume el rol “como me jodieron me vengaré”. Éste, con legítimo derecho, llega a decirse: “Me engañaron una vez, no lo harán dos veces” y, de allí en adelante, su protagonismo afecta a unos y a otras 8hasta que alguien “mejor” lo afecta y se transforma ¡Un aplauso para los que cambian para bien!
Llegados a este punto, te invito a reflexionar: ¿Lo haces bien? ¿Puedes ser mejor? ¡Creo que sí!

Tú, y yo juntos, podríamos añadir una lista de cosas que las que reconoceríamos a los decepcionarores y a los decepcionantes vacíos ¿Importa tipificarlos y sentarlos en el banquillo de los acusados? (es válida tu respuesta).

En lo que a mí concierne, en mi yo íntimo, no tiene caso el denunciarme ni acusar a nadie (cada persona da y dará su cuenta a Dios). Lo importante -y debo recordarlo- es que no debo ser pasivo ni engañador activo. Puede que escriba algunas ideas “muy” bien, pero -en la práctica- soy un fracaso y un hablador de pajas (espero que no me descubran) ¡Ja! ¡Ja!

En todo caso, como decía mi papá (y espero no me pase a mí): “Yo no entiendo cómo Dios me hace esto...” ¿Qué le pasó a mi papá?

Era un adicto fumador de cigarrillos. Toda mi vida yo le discutía o intentaba hacer algo para alejarlo del vicio, pero fracasé -muchas veces- y murió de cáncer.

Antes de su debacle, lo llevaron al quirófano para extraerle algo de la próstata (había metastasis) y, no pudiendo volver a caminar “le endosaba la culpa a Dios”... Qué bueno es Dios, ¿verdad? Se lleva nuestras culpas y somos nosotros los que jodemos este mundo.

Tras ser operado, mi papá no volvió a salir de la prisión de una silla de ruedas y, a escondidas, también abiertamente ¡seguía fumando! En medio de su auto negación, decía para sí mismo ¿Igual no voy a morir? Pero, por otro lado ¡el culpable era Dios?

¿Saben qué le dolía en verdad?

No era Dios, no era la silla de ruedas y que mucho de su mundo se venía abajo (incluso en los sueños que tuve a bien oír y escuchar su auto-interpertación).

Lo que más le dolía -me dolería a mí mismo- es que planeaba implantarse una prótesis para evitar la pena de su disfunción sexual.

Nos echábamos vainas.

Nos decíamos cosas chistosas; pero no aguantó su vida para llegar a disfrutar de esta parte  maravillosa del ser y del don del amor: Amarse a sí mismo, amando sexualmente a los demás.

Hay decepciones interiores que no se confiesan.

Aprendemos a mentirnos, por medio de negaciones, sublimaciones o auto-engaños y, ¡para colmo! pretendemos llevarnos al mundo por delante.

La enfermedad de la mentira, el cáncer de la decepción, es más mortal que una disfunción de la próstata.

La mente es una cosa (el programa) pero; si está mal el software -el hardware- también se daña.

Todos necesitamos ayuda.

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