martes, 17 de enero de 2012

Difícil



Motto 1

Difícil hablar de lo que se siente
Difícil decir, cuando no sé hablar.
Amar cuando el cuerpo no miente
Tocar, cuando extraño besar.

¿Dónde estás?

Mis palabras no te alcanzan
Ni el deseo podrá asirse al tuyo;
A veces -de amor- oigo el murmullo
Y mis brazos, al vacío, se lanzan.

Y es que sin amor mi alma se cansa
Y es que sin ella, por vivir, ya no vivo.
Soy como un cuerpo, vacío mi olvido.
Estoy moribundo, y mi lecho descansa.


Motto 2


“Te regalo mi amistad y cariño,
Hasta donde mi humanidad no haga daño”
Es que si para amarte hay muchos peldaños,
Desde hoy seré… ¿Como un niño?

 Y es que, a veces, sin querer herimos
Mordiéndonos, por querer, “amamos
Y golpe a golpe –día a día- dejamos
Matándonos (sin ver) morimos.

Y es que sin versos, sin querer decimos,
que sin aliento, esta vida desanda.
que como a un cuerpo vaciamos olvidos
y que ya es tiempo, mi herida desangra.


Motto 3

Agonizo…

 Antonio Toro. (Secular Hermit) Ccs Jan 17, 2012

lunes, 16 de enero de 2012

El viaje del vivir.


Hay una canción de Steve Perry, (Strung Out, Journey) que dice: “Es difícil amar a alguien, especialmente cuando no te pertenece”. Hay dos formas en que puedo ver esto: 1) Hacia dentro y 2) Hacia a fuera.

Hacia dentro, pienso en las veces que elegí estar con personas a las que no podía satisfacer por diversas razones. No era la persona que ellas y ellos buscaban o necesitaban. No les apreciaba por ser las personas quienes eran, sino por esas condiciones aleatorias de la vida, circunstanciales o de mi conveniencia. ¡No era amor!

Luego, hacia afuera, pienso en algunos motivos para esos acercamientos. Muchos fueron genuinos, espontáneamente naturales y hasta bien concertados en un plan, sea de ellos o divinos. ¿Quién pretende casarse si no hay un proyecto de vida?

No tengo idea de cómo se escribieron las letras de esa canción: No es muy profunda; pero sí que lo es el tema que corresponde a cada una de nuestras vidas. Puede que el compositor no sea el mismo cantante o, quizá, el último sólo puso parte de la letra y la expresión del sentimiento… En ese sentido, todos, de alguna manera, hemos llegado a conocer las cosas. Puede que no las hayamos vivido o experimentado pero –como en una buena película- vemos, oíos y vivimos la vida de algunos personajes, luego lloramos o reímos (con ellos) pues, hay cosas que se entienden con nuestras vivencias (hacia adentro) y otras que se comprenden con la razón (hacia afuera).

Pienso que la mayor búsqueda humana se centra en el hallazgo del genuino amor (¿Sólo se mira por fuera, sin ver lo de adentro?). Hay momentos en que buscamos el oro o el tesoro, pero no hay nada más apreciado que ese amor que cada persona o animal sueña para sí: Somos ineficientes en darlo, no así en soñarlo e idealizarlo.

Alguien ha dicho, no sé cuál fue su nombre: “La vida es una moneda y puedes gastarla como quieras ¡pero sólo una vez!

Wow! Es una palabra dura.

Si me pongo a sacar cuentas, a ver qué hice con el capital de lo que creí era mío ¡he vivido soñando! (y todavía sueño). Sin porcentualizar lo que hice con “mi” tiempo, sin recriminarme tanto (ya no puedo recuperar nada) eché décadas a la cesta de la basura… “Nadie sabe lo que pierde hasta que no lo tiene”.   (A lo hecho pecho)       ¡Buuaaááá! ...  ¡Sniff!

Pero por otro lado, mucho de lo que quise gastar de mi vida –para mi bendición- no se gastó ni se malbarató; así que NO TODO ESTÁ PERDIDO (pero eso no me alivia al reconocer algunos errores que YA NO PUEDO DESHACER).

¿Nunca es tarde cuando la dicha es buena?


Quizá yo deba reír (Estoy pensando en Neudys). Ella dice que me vuelvo dicharachero… ¿Será que no hay quinto malo?   (¡Je! ¡Je!)

Cuando uno se pierde ¿Qué es lo primero que hace al darse cuenta de ello?

Nunca había viajado tantos días y tantos kilómetros como cuando fui a Colombia, el año 2009. Uno va a Cuba en avión y se echa un par de horas, pero –viajar en bus- es conocer gente, nuevas experiencias, regionalismos, comida típica, paisajes que nunca podrás ver de cerca viajando por el aire y, además, los costos e incomodidades son muy distintas… ¡Hay algo qué contar!

Al llegar a Cartagena, en pleno terminal de buses, me dije: “¿En dónde estoy y adónde voy? ¿Qué estoy haciendo?”.

En ese momento me sentí en medio de la nada, más ajeno de la gente y de ese lugar al que yo no conocía (excepto por la referencia de un nombre, y mis visitas a Google Earth) y, añadido a ello, la incertidumbre del destino, el incómodo calor, la presión de no haber dormido bien y otros costos… ¿Tendría dinero suficiente para mi regreso? ¿Estaba haciendo lo correcto?

En un modo, todos mis planes se derrumbaron y perdieron sentido.

Yo trataba de coordinar el viaje con la chica que amaba en Colombia pero -al no lograrlo- sentí desvanecer ese afecto y hasta ese sentimiento (un buen instante) dejó de ser lo que yo creía era amor, justo cuando mi esfuerzo en nada se volvía, y ¡cómo había trabajado!... ¿A qué me llevaría ese viaje? ¿Hacía yo lo correcto?

Hay momentos de molestas incertidumbres y, según recuerdo, ese fue uno de los más aciagos (muy intenso).

¿Cómo se sentiría Cristóbal Colón? ¡Se imaginan ese peo? Más de una docena de hombres dispuestos a matarlo, todos por la angustia de volver salvos a sus casas, siendo que la comida les escaseaba, luego de tanto viajar sin ver tierra, sin saber cuál era el destino...

¡Pardiez!
¿Cuál es el destino final de vivir nuestras insulsas vidas?

Sé que “la felicidad” del dinero me dura tanto como termino de gastarlo. Sé que “la felicidad” de un orgasmo dura los pocos minutos de todo ese impredecible proceso y -pese a cualquier idea o emoción que pueda pensar o vivir- nada nos deja plenamente satisfechos: El justo come hasta saciar su alma, pero el vientre de los impíos sufre escasez.”  (Pro 13:25)

Es probable que -mi error- no esté sólo en el desatino de algunas conquistas o metas, sino en no apreciar los reales beneficios de cada viaje.
Al parecer -la mujer- disfruta más del camino, que la meta de terminar la ardua tarea del viaje en hacerlo… ¡No lo sé!
Uno –el hombre- es más objetivo, específico; pero ellas siempre dan sus rodeos: Quieren parar por aquí, mearse por allá ¡o arreglarse el cabello!

Uno se sube al caballo, le da un espuelazo (tres coñazos) y llegó a dónde yo quería; pero ellas viven “intensamente” los detalles de cada viaje. ¡Ja! ¡Ja! Cuántas diferencias. (Las más bellas, por cierto).

Me arreché al llegar a Cartagena (no cómo lo haría un colombiano) ¡Je! ¡Je! (Ellos sí saben qué significa eso).

Hice un par de llamadas telefónicas, reorganicé la agenda de mi estrategia de viaje  y –al volver a escucharla- su voz y su cariño me alentaron: Yo iba (y fui) por ella (pero qué viaje tan largo, mi hermano).

Demasiadas manos en la sopa…


Yo hablaba y coordinaba con ella “lo que haríamos” al cruzar la frontera. Creía que había firmes acuerdos en lo que nos decíamos, que era “lo que haríamos” (yo deseaba hacer una parte del recorrido con ella) ¡Pero hice el viaje enteramente solo! (la familia siempre reconvenía a lo hablado con ella). Era racional la intervención, el cuidado, pero yo –también- me exponía viajando a un país con 45 años de guerrilla (menos expuesto al peligro que en “la revolucionaria” Caracas, por cierto).

¿Pero no estaba yo extraviado?


Mi viaje –gracias a Dios- terminó a dónde quise y pude llegar… ¿No sigo aún en mi extravío? ¡Sí! (y no).

Una cosa se entiende al reconocimiento de no saber dónde estamos: Si no sé dónde estoy ¿Cómo sabré a dónde voy?

Hay una gran lección que repetiremos en la vida.

El borracho siempre dirá “no estoy ebrio” porque su conciencia es otra, está divorciada de nuestra realidad, y no desea reconocer la voz ajena, sea del prójimo, de su madre (las mentadas) o las de un recién ganado enemigo.

Hay momentos de extravíos en que la luz (o una voz) nos orienta en las densas tinieblas de este derrotero llamado vida. Otras veces, a pesar de la importancia que tenga ese poder ver de las cosas, torpemente enceguecemos (o nos enceguecen) y ¡Ya no vemos! (No entendemos).

¿Qué se hace, si no puedo ver? ¡Busco una voz!     ¿Oyes esa voz?

Para evitar ponerme rabioso, prefiero hablar o conversar. Si me siento perdido, si no tengo la información en mis manos, prefiero buscarla, indagar o conversar ¡para saber!

Ese oír, el investigar o escuchar, salva muchas vidas

¿Cómo llegar a un lugar -otro país- si no sé dónde está y no lo conozco?

Pregunto, investigo, llamo, converso y hablo…

Hay una imagen -en nuestras mentes- de lo que cada uno de nosotros desea y busca. Puede que sólo sea una idea con demasiados pensamientos, pero son expectativas valederas, ideas prefabricadas y quizá erróneas; pero –al oírlas- todo como que se reconfigura, se reforma y hasta se mejora. Tú amas a la mujer o al hombre de tus sueños y, cuando oyes esa voz, cuando escuchas ciertas palabras, un raro cosquilleo sacude tus oídos, tus entrañas y “sabes” que esa persona está cerca.

Uno con los labios ríe, acaricia, besa y se enamora…
Con la boca se dice, se conversa, se ama, se devora y se embelesa… pero –usada equívocamente- con ella se destruye lo que se intentaba o deseaba amar. (Proverbios 26:28).

En relación a lo que degustan nuestros oídos, con la habilidad de la lengua, tenemos la facultad de acercar LO QUE QUEREMOS (y lo que no deseamos).

En Cantar de los cantares, por ejemplo, hay muchas frases sexys: “Como panal de miel destilan tus labios, oh esposa; Miel y leche hay debajo de tu lengua; Y el olor de tus vestidos como el olor del Líbano. (Cantares 4:11) Pero es algo ridículo enamorar a la mujer que uno quiere con frases ajenas ¡Dígame esos! que dejan que otro hombre les enamore las chicas cuando cantan y oyen salsa erótica (¡Qué asco!)

La muerte y la vida están en poder de la lengua… (Pro 18:21) 

En relación a retomar o hallar el camino, una voz clara es importante.

Si quieres ser maestro de escuela, te harán pruebas foniátricas –auditivas- para saber si oyes o eres entendido (fácilmente leído o escuchado) ¡Yo no!

Si quieres que te ESCUCHEN, has de pronunciar bien tu mensaje o decirlo con palabras buenas, claras y específicas: Lo malo te lisonjea, te seduce o atrapa. (Salmos 34:13)

Me gusta esta proclama de Jesucristo: "Yo soy el buen pastor, y conozco Mis ovejas y ellas Me conocen… (Juan 10:14)

Uno puede estar extraviado, perdido en la nada sin saberlo- y aún Él nos habla. Nuestras prioridades se enfocan en metas temporales, en algunos paraísos de equívocos, pero el Buen Pastor no cesa en Su tarea ni en Su palabra.


"Tengo otras ovejas que no son de este redil; a ésas también Yo debo traerlas, y oirán Mi voz, y serán un rebaño con un solo pastor. (Juan 10:16)

Por experiencia sé que nadie aprende por cabeza ajena; pero ese refrán no es totalmente cierto. Si voy manejando mi auto, al máximo permitido por la corruptible ley de Venezuela ¿No frenaré cuando vea una señal de alto, en rojo? ¿No pararé cuando vea a otros autos despeñarse o estrellarse? ¿Aceleraré cuando veo a otros morir, perdiendo toda Esperanza?

Parte de mí reconoce no haber llegado a ninguna parte del Camino. Sé que el lugar al cual quiero llegar existe, no tanto por intuición o ese abrigo de la ilusión llamado Esperanza; sino por haber estado cerca, en fracciones de segundos o minutos.

Pablo (Saulo Pablo) en una de sus cartas bien ha dicho, luego de disertar: “… la fe es por el oír; y el oír por la palabra de Dios”. (Romanos 10:17) Lo único en que difiero es que no sólo se oye, sino es que Su palabra la de Dios- también habla y hace. Uno no puede predicar ni hablar de Dios, como un fenómeno propagandístico, sin que Él se manifieste. Si Dios no obra, si Dios no dirige, el tiempo y el esfuerzo se pierden: El que en mí cree, las obras que yo hago también él las hará; y mayores que éstas hará; porque yo voy al Padre.” (Juan 14:12)

Me parece una tremenda tontería predicar que yo soy bueno y demuestro ser malo: Soy vulnerablemente humano y enteramente pecador (y estoy tras de la dicha que todavía terrenalmente- no termino de ver o hallar).

Dame dinero, y no seré feliz (me querrán x ALGO, pero eso no soy yo).
Dame a la mujer más bella que se haya visto, y no seré feliz con ella (menos si me hace gastar todos esos churupitos de un solo espuelazo) ¡Ja! ¡Ja!

Dame otro país, dame otra nacionalidad; y muchas cosas no se resolverán porque esa no es la voz que me está llamando¿Qué te llama y atrae, a ti?

En todo caso, si no hallo otra verdad, me bastaré con lo poco que saque...

Con el fruto de su boca el hombre sacia su vientre, con el producto de sus labios se saciará.” 
                                                                                                                                     Proverbios 18:20

sábado, 7 de enero de 2012

El gato rata


No sé qué nombre le dará la dueña. No me corresponde pegarle la etiqueta ni bautizarlo en agua ni en nada ¡Él es! Tanto como yo.

Dudo que se quede.
¿Con mi mamá? ¡No creo!

Esta mañana, muy temprano, intentó fugarse por la reja de la ventana y me interrumpieron para “salvarlo” (quedó atrapado en la tela metálica y, ciertamente, conmigo es más dócil).

Anoche, sin quererlo, mi hija me informó que lo excluyeron de la sala y lo pusieron a dormir en el patio, con el perro. ¡Ja! ¡Ja! ¿Dormir juntos? –pensé para mí- Dudo que él desee a otro perro como amigo, pero ¿No quiso fugarse? Y apostaría que no durmió, que no tuvo un descanso, pero son cosas de la “dueña”…
Ayer, mientras escribía, maullaba bajo la silla e intentaba subirse en mi regazo. Lo rechacé, le hablé y traté de convencerlo de que no lo haga, pero es más terco que yo (o más bruto).



Hoy, a menos de 24 horas, hasta he pensado llevarlo a mi casa, pero este sujeto extraña quedarse sólo y, en ese sentido, no me parezco a él. Puedo pasar semanas sin ver a nadie: él no es así. Cuándo viaje ¿cómo hará? ¿Quién lo sostendrá? si no aprende a comer de lo que halle…

Mi hija y mi mamá salieron a la playa. Yo no terminaba de desperezarme a las 7 am y el gato me llamaba. Guardé todo el silencio posible y no fui descubierto, pero mi olor está en el cuarto y el gato me descubrió (para mi alegría, no se subió a la cama).

Le saludé, me siguió y vanamente quise alimentarlo ¿Qué es lo que le gusta? No toma leche, no come queso… ¡ni idea! Él lo sabrá (pero yo no). No es molesto. No llora como otros (creo que me habla) pero no le adivino (ni le atino).

Hoy, mientras escribía en la PC, se puso a mis pies e insistía como ayer. Lo rechacé una docena de veces, juguetea con las cables de la computadora y, como es tan inteligentemente astuto, sabe que cuido la salud de la máquina tanto como la suya. ¿No le pinchó un dedo a mi madre, y ella tuvo que ir al médico por antibióticos?

No sé cuántas vidas éste pequeño gato tiene, sólo sé que cedí, que lo dejé subir a mi regazo y ha dormido varias horas (como un bebé).



Me gustan los gatos, pero no por compañeros; pero a éste le he recibido (veo algún parecido a lo rata que hay en mí).
Tiene ojos verdes, sus orejas parecen dos alas de murciélagos y no está –del todo-con apariencia de famélico. Rechaza la leche, no sé qué clase de lácteos come y, quizá, lo que pide es un ratón: ¡Los buscará él?
Esta semana vi la película “Siempre a tu lado (Hachiko)”, con Richard Gere y Joan Allen (eso explica, un poco, mi vulnerabilidad). Estoy convencido que la lealtad incondicional de los animales es superior a la mía, pero no así de los gatos y no soy fanático de gatos.

Este sujeto, que parece crecer de un día a otro, no es lisonjero ni manipulador como otros (por eso me agrada). A cada palabra que le digo, me responde (sólo q no le entiendo) (posiblemente él tampoco me entiende: Me acostumbré a los perros). Sin embargo, le tomé unas fotos: Las primeras que tenga de alguno. En la familia siempre a habido alguno que otro, pero siempre les he rechazado de mi regazo (en algo estoy cambiando).


Seguridad.




Nuestra sociedad, la que hoy conocemos con esos valores materiales exacerbados, cuyos ingredientes espirituales parecen en decadencia, sobreestima el ideal de la seguridad. En medio del sobrevaluado materialismo que nos rodea, que nos afecta con sutiles envolvencias, el ideal “espiritual” de la seguridad prevalece, sin que percibamos que es una irrealidad dentro de tanta utopía. Hablamos constantemente de ese deseo de ser felices, de ese anhelo aspirante de hallar la felicidad –a cualquier costo- pero sin soltar las amarras a cualquier cosa que nos brinde la sensación de seguridad, particularmente si tal “estímulo” parece real, evidente y de algún modo palpable.  
De niños somos formados (o deformados) con los valores que nos inducen a vivir mucho de nuestro presente. En la escuela se nos motiva a tener aspiraciones, desmedidamente grandes a veces, puesto que no estamos considerando las realidades de nuestras aplicaciones al estudios, al trabajo y, quien tiene menos desempeño académico, menos notas altas en sus boletines mensuales, tiende a decir: “Quiero ser doctor para ser rico… y luego millonario”. ¿La riqueza, en su más amplio sentido, llega sin esfuerzo alguno o sin ningún propósito, distinto a nuestra auto indulgencia?

Queremos comprar la dicha y ésta, si se halla, no tiene precio ni lugar. Ansiamos la felicidad, que no tiene color ni forma, y tampoco se halla en los escondrijos del sacrificio ni en las abstenciones forzosas que nos causan la voluntad ajena, los caprichos y mucha suerte de imprevistos. ¡Dios! ¡Háganos entender!

Ud puede tener suficiente dinero para comprarse un auto blindado y ello no le garantiza rodar seguro. Ud puede comprarse un chaleco antibalas, un casco para guardar su cabeza y, una bala perdida puede entrar por su ojo -una porción de su cara- o un dolor interno, cerebral, puede reventarle las arterias en un derrame o causarle continuas cefalalgias. ¿Dónde está la protección?
Humanamente hay muchos medios para evitarse “un dolor de cabeza” (en ambos sentidos). Uno puede reducir los factores de riesgo con un decidido estudio de conciencia, analizando multitud de situaciones de riesgo y las fórmulas correctivas, pero el alcance de este esfuerzo es sólo correctivo, preventivo y no da una definitiva GARANTÍA, que es lo que, al efecto, en el fondo se busca. Uno desea y aspira a una garantía de ascenso constante en una empresa, donde cada día se gane más dinero trabajando menos (permaneciendo en dicho lugar menos tiempo) obviando ese acuerdo de 8 horas que nos sirvió para ser contratados, pero que nos alejan del disfrute del hogar, de nuestros seres queridos y de otros apegos.
Hoy, en nuestras aspiraciones de confort y dicha, ya el mendigo desearía que cualquier “contribución” les llegase directamente a su cuenta bancaria; que nuestros pagos mensuales nunca tuviesen ningún descuento por concepto de impuestos nacionales o incrementos a los servicios básicos y que, cada día, los que pagan por los tales, constatasen que el Estado hace el mejor uso administrativos de sus contribuciones y que los mismos se revierten en más beneficios a las sociedades y comunidades donde residen sus contribuyentes; pero tal aspiración a más “seguridad” es sólo una ansiedad, un anhelo vacuo, pues, la corrupción administrativa y la negligencia burocrática sólo piensa en su conveniencia y en el cómo enriquecerse a expensas de los contribuyentes, y no en el bienestar de la nación que les da una plaza de trabajo TEMPORAL y una oportunidad de servir al prójimo, dándoles el chance de enmendar y cambiar… (El Estado no administra los recursos capitales como lo haría una buena empresa: El primero despilfarra, la segunda genera más recur$o$).

No sé cuántas personas tengan la experiencia de haber atrapado o salvado la vida a un azulejo. Puede que uno lo rescate de alguna caída del natural nido de sus padres o puede que uno se enamore del polluelo y decida criarlo, en casa, haciendo la ardua labor de padre y madre azuleja, llevándole al pico -su la boca- trocitos de alimentos, insectos o frutas, hasta que la linda e indefensa ave comienza a comer por esfuerzo propio… mi mamá y uno de mis hermanos hicieron eso. ¡Yo mismo tuve la experiencia de alimentarlo! Y la forma en que lloraba por comida (piando) me producía cierto pesar, lástima, y daba la sensación de que nunca estaba satisfecho o contento. “Pedía” su comida constantemente, en particular cuando notaba el vuelo de algún ave, especialmente si eran sus padres, quienes –a fin de cuenta- insistían en alimentarlo dentro de la jaula que mi madre y hermano tuvieron para alojarlo, pero en compañía de unos periquitos australianos (Love Birds).

Alguno de nosotros le daba cambur, harina de trigo y poquísimas hormigas, mismas muy escasas en un apartamento, pero el animalito insistía en pedir más, incluso, incomodando. Yo tenía la sensación de que era mejor soltarlo, pero mi hermano deseaba conservarlo y mi mamá consideraba el riesgo de que un gato se lo comiera, a la primera oportunidad que volviera a caerse del nido, cercano a la casa, pero no suficientemente seguro o apropiado, para que el animal volviera a caerse, como lo hizo sólo una vez. Por su parte, el amor o la lealtad de los azulejos progenitores, les llevaba a traer más alimento al polluelo que les gritaba dentro de su jaula. Aunque  el animalito era indefenso, débil, en principio, tenía buenas cuerdas vocales, y no cesaba de llamar y pedir comida, a lo que sus padres –prudentemente- aprendieron a acercarse a esa suerte de cárcel y, en la medida de sus posibilidades, amor y tiempo, llevaban más comida al animal cuyo plumaje florecía mientras aumentaba su tamaño y confianza (lo tomábamos con cuidados, en el puño, y le metíamos la comida, cualquier cosa que él pudiera asimilar).

En más de una ocasión vi a los padres sobrevolar el sitio para cerciorarse de que su llegada no sería amenazada con nuestra presencia. Había un protocolo de sonidos entre el bebé encerrado en la jaula y cualquiera de los padres (se turnaban y supongo que, uno y otro comería primero, para poder llevar el alimento adicional a su criatura). Cuando ellos no lo hacían primero, mi mamá, mi hermano o yo lo sacábamos de su prisión y le dábamos cambur, mismo que lo hidrataba y le aportaba energía con sus azúcares (y no sabemos qué resulta ser la mejor dieta para un azulejo, en su estado natural, excepto insectos). En más de una ocasión mi mamá tuvo inconvenientes para sostener la inquietud del animal que ya se defendía o prefería –por instinto- alejarse de sus captores y, tras caérsele en el suelo, lo remataba en sus temores un pequeño perro faldero que lo atrapaba, como queriendo comerlo (no lo hizo, gracias a Dios, pero “Pedroso” ayudó a su recaptura).
Curiosamente, cuando el animal logró cierta adultez (3 meses) los padres insistían en visitarlo, pero ya no para llevarle comida, sino para servirse de la que él animal ya había aprendido a comer dentro de su prisión (y falsa seguridad).  Uno podría ver las habilidad que ya tiene para comer una mosca, cualquier volador, que hoy se le acerque; pero antes dependía de la jeringa de una inyectadora o pitillo, para asimilar lo poco que uno supo darle. ¿Qué conoce por seguridad dentro de los pocos lujos de su prisión, donde la raza de los animales que lo acompañan es tan distinta a la belleza de su canto, plumaje y color?
Pienso que, una de las grandes bendiciones nos ha dado Dios con la vida, es la libertad de escogencia, el valor trascendental de cada decisión que toma el hombre o la mujer. Uno puede elegir “mal” o “bien”, pero el profundo valor no está en la calidad o cualidad de la escogencia, sino en el hecho, en la libertad que cada ser tiene de decidir, sea para bien o para mal. Uno procura lo mejor y, no siempre, el resultado es el esperado, pero lo valioso es ese paso –en libertad- que cada individuo toma, SEA POR INICIATIVA PROPIA O POR ACUERDOS en un grupo de dos o más personas.
Un prisionero verdadero, sea de sus vicios o defectos, aquel que esté privado de su libertad física de movimiento o desplazamiento, goza de cierta libertad de decisión, aunque no son las mismas de quienes vuelan -como aves- en lo más lato de sus individuales cielos, con la libertad de sus autonomías económicas de vuelo o según la sabiduría de cada momento. Las aves prisioneras, lamentablemente, dependen –en mucho- de quien las alimenta y, aún así, las que están privadas de sus libertades y capacidades, sirven de fuente de bendición y sustento a esas que física y espacialmente están libres, tal como aquellos padres que parasitan sobre el alimento dejado al beneficio del ya crecido azulejo que convive en la morada pensada para cinco (5) periquitos australianos. ¿Podrá llevar una vida de parejas con una especie diferente? ¿Podrá tener sexo con una hembra tan distinta o procrear y criar sus propios hijos? (la verdad no sé si es macho o hembra, pero tendrá necesidad de sexo).

La respuesta cierta, para estas cosas, las sabe Dios; pero es poco probable tenga la experiencia liberadora de volar y buscar la pareja de su escogencia, porque está privado de su vuelo natural, la experiencia del contacto con los de sus propia especie y –pese a que come lo que le pongan- no saboreará otros “platos” que sí disfrutan sus padres.

En un sentido, durante esta búsqueda de la “seguridad”, los humanos –también- caemos en la prisión de ciertas trampas que nos impone la vida. Puede que conquistemos la riqueza material, aquella de sobreabundancia de dinero, aquel que no se termina de gastar en caprichos temporales, pero que no llega a satisfacernos, excepto colmando la avaricia de muchos o en el agradecimiento ded la simplicidad de pocos: ¡Sabe Dios!

Estoy seguro de no hallar la felicidad ni la seguridad económica con un par de millones. Creo no llegar a satisfacer la demanda económica de mis hijos ni la mía propia y, de llegar a tener la bendición de una buena entrada de dinero, es muy probable que la “seguridad” de hoy se vuelva en la ansiedad que no anhele mañana.