sábado, 13 de agosto de 2011

Tips 1 Agosto 12, 2011

I

Me gustaría escribir una cantidad de cosas, empíricas, que me temo llevar en la mente y a ninguna otra parte. Desearía poder emplear el nombre común para cada cosa, para hacerlo más simple, accesible, pero vivimos en un mundo de doble moralidad y, aunque me debato a duelo con ella (interiormente) prefiero perder cualquier batalla, con el deseo de que el bien prevalezca, cualquiera sea su forma.

Debería iniciar este escrito con un enfoque objetivo, neutral, impersonal. De modo que no haya 1) La generalización (porque no debo hablar en nombre de un colectivo, y a nadie represento) 2) La introspección personalista, o 3) La mala interpretación escrita o vuelco de ideas; pero como no tengo la cualificación profesional reporteril y, al caso –más bien- tiendo a ser “repostero” (por aquello de poner o dejar una torta) sigo adelante sin aprensión.

La vida interior se va o se fue en ese caminar y descubrir de ideas, gustos, sensaciones y aprendizajes. Nos asomamos –tantas veces- a esa ventana de la vida que, acariciados algunos de sus secretos, no queremos soltarnos de algunos de ellos y, sin saberlo, pretendemos atesorar (celosa y egoístamente) ese patrimonio de cosas que nos prestó la vida: Para compartir, para enseñar, para regalar, para expresar y volver –una vez tras otra- a ese proceso de amar y amar. (No podemos esconder esa verdad dentro de nosotros mismos).

No abordaré opiniones personales teológicas. Dios es Dios y ha de reivindicarse y mostrarse a los que ya ha escogido y a esos que está en proceso de aceptar y redimir; pero, en el sentido más sublime, el amor no puede desligarse de Su esencia: Amamos porque Él, en su amor, nos amó y diseñó para amar (tanto en lo físico como en lo emocional) (para no hablar del dualismo ligado a lo espiritual y creo que el alma es la base de mis emociones).

La ventana de la vida se abrió muchas veces. La creí cerrada, pero siempre se estuvo abriendo y expandiendo. Quité el “seguro” cuando la luz del mundo cruzó el umbral de mis pupilas, y nunca más quise cerrar los ojos; aunque -muchas veces- creí ponerme a salvo de lo que no me gustaba, rechazaba o no entendía.

Me asomaba a mi mundo, como niño, cuando jugaba con el espejo de la vida; cuando ensayaba roles no apropiados, pero queriendo mi rol protagónico en el libreto de otros vidas. Ví –infinitas veces- el aura de mis movimientos y los ajenos. Contemplé el éxito y el fracaso y no supe, no entendí, que toda caída era una lección, que todo tropiezo era parte del ensayo, tal cual cada banda musical falla interpretando alguna partitura o los valetistas ensayan y ensayan, hasta que la coreografía de sus vidas se completa, se perfecciona y todos morimos.

No supe –ni sé- negociar con la vida. No sé venderme por menos ni por mucho. Cada persona lidia en el mercado de sus transacciones. Unos con éxito, otros con lucro y otros por diversos y cambiantes motivos: Somos únicos.

El agua de esta vida no debe represarse, no debe reprimirse, no debe contaminarse. Debe correr –humectantes- como las gotas empapan las manitas de niños y niñas. Como fluye resbalándose en las palmas de jóvenes inexpertos y entre las resecas heridas de manos de hábiles maestros viejos y viejas.

¿Quién puede beber agua fresca, divina, si ésta no desciende –primero- de las nubes que bañan las montañas, que limpian en verde follaje (hasta las raíces de la vida) y se encausan en los lechos y ramales de cada río que se seca y desaparece?

II

La ví cientos de veces y, todavía, no la reconozco. La ví, la percibí en mis silencios y no estaba ¡pero siempre estuvo allí! Crecí solo y, en mis momentos, me ensimismé rodeado del entorno que no asimilé... Hubo más gente de las que creí poder contener en mi memoria, en mis experiencias y -en suma- soy yo quien debía disculparse, pedirles perdón, y no lo haré…

Hubo maestros y maestras y ¡tarde ya! en este sendero derrotero, reconocí que estuve en sus aulas y clases y no me apercibí qué me enseñaban, que era condiscípulo con ellos y de ellas, pero renuente a esta escuela informal, desde hoy les despido.

III

Anoche lo confirmé como ayer. Vi esos pies, esos dedos, y recordé el significado de mucho de lo que mis deseos –anhelos- han percibido. En la discreción fui mojigato, no descarado, pero –al verla- entendí esas claves, los significados, mi esencia...

Su voz, mezclada en el cieno de la identidad de otras personas, removió cocteles de recuerdos, de saberes y sentires que me dan vida, que me estremecen entre el deseo o la relajación de este hedonismo. La resonancia de esos recuerdos profundos más la suma de experiencias recientes, me hicieron vibrar en ese placer que -si no es sólo mío- me lo apropio, lo secuestro a cuenta gotas por minutos, atesorándolo en la cortedad de distantes momentos a los que sé debo renunciar al denunciarme transgresor de principios de libertad y la mía.

No soy fetichista pero ¿Cómo serán esos pies? ¿Ésos dedos?

¿Se parecen a los vistos, a los conocidos o a los desconocidos?

Las manos, los labios… Ese color, ese sabor y el perfume. No ahondaré en especulaciones, sabores ni percepciones. Haría mal pasar a más. Sería transgredir el pacto que hice conmigo mismo y mi dieta.

¡Sí!

Me basta lo que tengo y, aunque sembrada –muy hondo- me basta lo suficiente ¡Bastante es demasiado!

…Y vales demasiado para perderte por una soberbia.

IV

Me indigna ver a un país fragmentado, cuyas capitales concentren y consuman más de lo que ellas mismas producen. Me irrita saber que, en las provincias, cientos de personas padezcan necesidad –sea alimentaria, eléctrica o económica- y los grandes centros poblacionales subvaloren lo que tienen, particularmente cuando miles no saben ni entienden el despojo que los políticos ejercen contra ese pueblo que los ha encumbrado, mientras dure ese endiosamiento burocrático e inicuo. ¿Por qué volver a votar por ineficaces e ineptos? Si esa es la dictadura de la plebe, prefiero la democracia de la oligarquía que aún no ha nacido. ¡Éstos son peor que la basura! (¿Cómo es que no salen de este desengaño político?).

V

Hay quienes necesitan consabidas alternativas y otros que no disciernen las reales opciones. Escribir drena el curso que allana parte de ese camino y conocerte –en tus propias palabras- amplía el abanico de tu moldeable horizonte.

La depredación emocional y la esclavitud visceral son temas que afectan el alma. “¿Cómo mato mi visceralidad?”

Preferirlas “brutas” –tampoco- es garantía alguna para el depredador sexual ni el aprovechador emocional.


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