lunes, 26 de noviembre de 2012

Poseer

Desperté con ese pensamiento (y ganas).


Ya sé de qué y cómo es que despierto con esta sensación, este deseo y la “necesidad” de comprender todo el abanico de posibilidades que me ofrecen mis emociones, deseos o pensamientos (abrí mi diccionario, e iré a leerlo).
Anoche tuve ganas.
Hoy también (¡Ja! ¡Ja!)
Pero no me voy a molestar por seguir siendo yo.  :P   (sería el colmo).

Pensé en MP, en un par de flacas, y hasta comparé la palabra “poseer” con “posesión”, en su relación inversa con ser “poseído” (tiene su aspecto egótico, pero –también- es deseable que uno sea de alguien, que alguien te quiera, y te desee tanto como tú deseas).

Recuerdo el chat de anoche. Una chica usó la palabra “debilidad” en relación a la forma en que hombres y mujeres se entrometen en relaciones amorosas, cuando uno y otra debería ser bien leal al compromiso emocional-sexual que “se supone” mantiene con otro u otra ¿Es eso posesividad o territorialidad de “conquistadores? (prefiero usar las gríngolas).
Te pareces a la mae de San Pedro ”, solía decir mi abuela paterna, refiriéndose al caso donde la madre del apóstol Juan y su hermano (¿Zebedeo?) le pide a Jesús, el Mesías, que sus dos “hijitos” se sientes a Su diestra y Su siniestra –allá- en el reino de los cielos ¿No es eso posesividad? ¿No era pedir prebenda? Cuando ambos hijos ya tenían un lugar especial en la compañía de Jesús (los otros discípulos, los apóstoles, se le arrecharon a la mujer).

Cuando niño, que recuerde, docena de veces quise ser “hijo único” ¿Lo imaginan? Era el egoísmo de tener –a mi disposición- todo el cariño o atención de la familia. Era el grado más egótico de atención, de posesividad que podía ENVIDIAR de los que su lugar y espacio tuvieron en el tiempo. ¿Sabían que ese sentir es muy común en la infancia? (Malo en la adultez).

En el matrimonio, cuando uno se pone a “hacer hijos”, uno de los sentimientos que suele sobresalir, al momento de tener un bebé, es el sentirse desplazados por un bebé: Mucha de la atención que se recibía, tiene que ser “compartida” con el carajito que se ha procreado. Cuando se disfrutaba mucho de la pareja, ese tiempo tiene que ser “distribuido en las atenciones que EL BEBÉ NECESITA (¿Para qué lo trajeron? ¡Je! ¡Je!).

Hay momentos en los que uno se antoja de querer hablar con alguien que está ocupado, trabajando, bañándose, durmiendo, etc. Uno no debe ser molesto con las personas que quiere y, lo mejor, es preguntar si están de ánimo o disponibles para lo que uno quiere (mejor eso que parecer exigentes).

Yo, tal cual esta mañana, pude evocar un par de momentos con Mónica. Al recordarla, en medio del contexto de posesión, en relación a lo que sé es mi pertenencia (no la de ella), pude comprender que, recuerdo más, las cosas que viví con ella en mi casa que en Colombia (eso demuestra mi territorialidad, más que mi posesividad).

En este ejercicio mental, que no es otra cosa, termino por darle la razón: No la amé, pero la quise mucho.
Sexualmente hubiera querido seguir con ella pero, por nuestras humanas diferencias y necesidades distintas (mismas que se resolvieron) la relación no se proyectó más allá del tiempo que lo compartimos o nos soportamos.

En relación a la posesividad, yo habría querido mantenerla secuestrada, sola conmigo; pero sus necesidades no eran las mías, nuestros vínculos eran distintos y -en general- todos somos muy distintos y actuamos más por conductas que por la razón del razonamiento.

¿Por qué te voy a celar cuando estás con tus amig@s o familia?

Entiendo que sí debo ser cauteloso cuando vives hablando del nuevo vecino, del nuevo compañero de trabajo, del galán de tu teleculebra favorito.

Comprendo que debo estar muy pendiente si te babeas por otro tipo -que no sea yo- otro carajo que comienza a salir contigo, después del trabajo, o cuando no hallo el momento para tenerte; porque te niegas a salir, a comer o ir a la cama CONMIGO (me fregué).

Entiendo que, si comienzo a decirle a una mujer “mami” -demasiado pronto- puedo estar perdiendo la oportunidad de que ella comience a quererme por ser el hombre quien soy. Si la acoso con cada llamada o demanda, si comienzo a sofocarla con mis exigencias (no teniendo nada que la atraiga) puedo estar perdiendo una bonita amistad o una buena oportunidad de ganármela como mujer o amiga (lo mismo aplica para las mujeres).

Estoy convencido de que los iguales se atraen.

No creo que una relación se sostenga ni mantenga a lo largo de un incesante antagonismo.
De mi parte, ya lo sé, no puedo ni quiero desarrollar una relación con una persona que se identifique con el chavismo y ese proyecto político-ideológico.

Muy de mí, ya lo sé, evito a las mujeres casadas, a la gente que se identifica con la cultura del reggaetón o la salsa, cuya cultura religiosa se enmarca en la santería o el catolicismo: No pertenezco a esas convicciones ni creencias y, la posesividad tiene una relación proporcional inversa con el deseo de hallarse con la gente que nos es afín, no tanto por atracciones físicas externas, sino por la afinidad interior, que es la más propensa a mantenerse (y mi ex esposa dejó de ser quien me pareció era) (y tanta gente cambia, sin apercibirse, siquiera) ¡Hay cambios constantes! (no hay garantías).

En medio de mi posesividad (de la tuya) sabemos:
·         Qué necesitamos
·         Qué deseamos
·         Qué queremos
·         Qué no tenemos
·         Qué dejaremos

El poseer y ser poseídos tiene una relación de pertenencia, de dependencia, de confianza y mutua afinidad: Uno puede necesitar esa persona para amar (para amarse o sentirse amado) pero –lamentablemente- el espacio está invadido, el lugar que queremos no está vacío, o no se quiere ceder.
Hay gente dispuesta a darte un espacio en su pecho (y en su lecho) ¿Cuál de esas cosas querrías?

Yo no quiero un lugar en la cama. Quiero una dama… (lo otro viene solo).

Sé que, si soy elegido, tiene que ser como quiero pues, si cometo el error de acostarme (sin amor) haré lo mismo que suelo hacer: Comer y fregar los platos ¿Te agrada que te frieguen? ¡A mí no! (por eso lo evito).
No diré que “No sé por qué me empeño en crear relaciones con gente que no me conviene”. La razón, para intentar establecerla, es similar a la tuya: Queremos amar –ser amados- y no hallamos con quien.

Si pasase el milagro de reconstruir mi vida, si me dieran el poder de retroceder 40 años, seguramente evitaría tener hijos. Lo que entendí por amor, mayormente, era esa expresión visceral que, hormonalmente, un día cesa. Si me dieran la segunda oportunidad (y sé que no la hay) evitaría algunos errores ¡pero se falla con cualquiera!

Hace más de 10 años, buscando mi espacio y mi lugar, compré un terreno en una montaña. Al llegar allí, gracias a Dios, supe que era “lo mío” (lo que no supe es que sería, también, el espacio de otros)  ¡Ja! ¡Ja!
Parte de mí decía, “mi montaña” (ya no lo es) pero era una interesante sensación de poseer, de posesividad territorial y, tal como fue con la montaña, igual sucede con las personas y las relaciones.
No volveré a pensar que la paternidad añade a mi vida, quita, más bien (al menos, a mí). Es un gozo particular, genial, único; pero la economía, la convivencia y la pertenencia entran en conflicto y -la verdad- hay bastante problema en eso de lidiar con la gente, en la calle, como para meter iguales problemas en la casa.

Un perro, por ejemplo, se frustra encerrado en un apartamento. Todo mundo desea tener una mascota, es una nota tener a quien besar o acariciar, pero no se detienen a pensar en la incomodidad que sufre ese animal (largas horas del día, cuando uno se marcha a la faena).

El perro es un animal de compañía (también el hombre).
Se le obliga a cagar, a mear, en el lugar que contamine menos ¡eso es necesario! (pero no tiene lógica animal).

En los encierros, a lo largo del día, ese ser debe soportar una molesta cadena, un incómodo collar y, en medio del encarcelamiento (porque lo es) se ladilla de los juguetes y empieza a excavar en la pared, a comerse el zapato que tuvo cerca, a morder el piso de parquet o a dañar la pintura y, a la caída de la tarde –en lugar de cariño- recibe varios coñazos “porque dañó esto y aquello”.

El animal se deprime, a solas se aburre, y -qué arrecho- todavía nos quiere.

Un niño, un bebé, padece lo mismo (y no debe dejarse solo).

Uno quiere compañía, DE FORMA CONVENIENTE, pero no puede hacerse cargo del paquete, porque “tiene que trabajar” y, en la cuidad, uno debe enviar a los hijos a una perrera llamada escuela u “hogares de cuidado diario” (equivale a una perrera, porque el AMOR no está allí).

Nuestros hijos, al igual que nuestras mascotas, tienen los mismos sentimientos nuestros: Pertenencia, Celos, Territorialidad y Deseos de Amor (se nos olvida que somos iguales y deseamos amar y ser amados).
Si comparo ambas situaciones (la de tener mascotas e hijos) hallo mucho en común y, hasta recuerdo uno de los cuentos de mi madre, donde yo me embarraba de caca… Sé que es cierto (tuve perros e hijos) ¡Ja! ¡Ja!
En esencia, la diferencia, es que a los perros puede echárselos a un lado (a los niños no). Tú puedes dejar a la mascota en el terrado, sacarla de tu cuarto (a los niños no) ¡Menos cuando están chiquitos! (son más vulnerables) (igual se aburren).

Uff! (una llamada me interrumpe).

Mientras escribo este borrador, por cierto, la madre de mis hijos me llama…
¿Qué quiere mi ex esposa?

Un espacio para mi hija menor (ya tendrá 12).

¿Sería igual si se tratara de mi perro?

¿Podría dejar a Eli en cualquier casa? (hablo de un rottweiler, arrecho, que su vida dio por mí).
Todos necesitamos un lugar, en el espacio de un alma, en el corazón de ciertas personas y bajo la cobertura de cierto techo.

Entiendo bien qué poseo y qué no poseo y, aunque sé qué es el amor, muchas veces es un deseo que ese lecho no ha conseguido, una lealtad que no se ha ganado (ni comprado) y que todos “enfermamos” con un ataque de celos, en un momento de inseguridad; pero nada es totalmente nuestro, sino aquello que podemos y queremos dar, sin esperar recibir.

A.T.     Nov 2012

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