lunes, 5 de diciembre de 2011

Plan Suicida.



Plan Suicida.


En un sentido humano, visceral, no sé qué nos hace inconformes. Podemos ser ricos y vivir como pobres. Podemos visiblemente pobres, y pensar como ricos. Puede que tengamos suficiencia o abundancia, para cada día y –aún así- acusar ese vacío y tratar de llenarlo con golosinas, necedades, que ni llenan ni nos sacian.

Ayer, en uno de esos momentos de tregua, mi mamá me refirió uno de esos cuentos que le había dicho el hombre que la crió. Se trataba de esas moralejas, hecha cuento, que circulaba en la Caracas Vieja, de aquella que hablaba del Puente del Guanábano, como ese trampolín que despedía algunas vidas y las catapultaba a la siguiente dimensión:
Cierto hombre estaba muy de deprimido. Nada, al parecer, lograba salirle bien, con éxito y, por el contrario, pese a sus repetidos esfuerzos, su vida parecía un desastre. En los negocios, ganaba en pérdidas. En el amor –según decía mi abuelo- las mareaba, pero no las mataba…
Sintiéndose tan miserable, con demasiada vergüenza de sí,  decidió quitarse la vida y se fue camino de La Pastora, hacia el Puente del Guanábano. Al llegar, aquella mañana, no vio a quien le detuviese en su final propósito. Al punto de alzar la primera pierna, observó cierta dificultad en una de sus bolsillos ¡Había olvidado comer el cambur de esa mañana!
Ya era un hábito mañanero y, de tanto pensar, había pospuesto tal costumbre… Lo sacó de su bolsillo y, pensativo, dio el primer mordisco, arrojando un pedazo de la concha, hacia el lugar donde habría de caer.
No tardó mucho en comerse el cambur y, tras haber terminado, arrojó lo que le quedaba por el lado donde se habría de tirar. Alzó sus ojos al cielo y, en silencio, dio a Dios las gracias y al momento de lanzarse -ya decidido- contempló el sitio dónde habían caído las cáscaras del cambur: Un pobre hombre, ya anciano, las había cogido y comenzaba a comérselas.”

La historia no es tan fraguada. ¿Quién la inventó? ¡No lo sé!
De hecho, cerca de 1994, yo mismo pensé en lanzarme desde “el Puente del Viaducto”, por un lado de San Antonio del Táchira, Venezuela.
Ese hombre, si existió o no ¡Sabe Dios!; pero puedo dar fe de que, en esos momentos de emociones intensas y sentimientos contrapuestos, la mente NOS engaña y terminamos comiendo “algo” y, finalmente, el plan suicida se aborta.
En mi caso, visceral también, recuerdo la sensación de imaginar la caída, el impacto y las consecuencias. Para ese entonces no estaba casado, no tenía hijos y pocos se afectarían… si lo hubiera “logrado”. Alguien podría pensar en aquella canción del “Mala Suerte” (que no es igual a mala muerte). Uno puede decir: “Esa clase de gente es cobarde a las cosas de la vida” ó “Son tan perdedores o fracasados, que ni siquiera pueden hacer lo más simple…” ¡Qué sé yo!

Una cosa he aprendido de quienes he subestimado: “Perdiendo –también- se gana”.

Ese tarde, cuando miraba el gran tamaño de las rocas blancas que me partirían los huesos. Apenas asomé la mínima idea de contaminar las límpidas aguas con mi sangre, me detuve... No había puesto un pie en la baranda (misma que han alzado a varios metros, para dificultar la tarea suicida) cuando mi mente tuvo la idea de ir a comer algo (supongo que buscando una tangente en el margen de tiempo, una excusa más para posponerlo, o una solución salvadora que me sane).

Quedaba algo más de dinero en mi bolsillo. En Táchira vacié la cuenta de todos mis ahorros (no eran muchos) para mudarme a ese Estado... Las cosas no salían como se pensaban, odiaba a Caracas por ciudad (ya no, sino a su gente) y no quería vivir en ese hacinamiento citadino.

¡Fui a comer!
No recuerdo cuántas cuadras caminé. Sólo sé que, a mi paso, hallé pocas tiendas abiertas y compré boletos de la lotería instantánea y NINGUNA ME DIO UN PREMIO (¿Quién inventa un negocio para perder?)

Dentro de mí reconocía ese resentimiento, esa molesta frustración de que uno hace LO MEJOR QUE PUEDE, pero las cosas no salen o no “nacen” como una desea o calcula: El trabajo estable que me habían ofrecido, se disipó... El alquiler de un lugar -para vivir- ¡se lo habían dado a otro! (¡Coño!) ¿Nadie cumple su palabra?

Llegué –finalmente- a una arepera. Tuve la previsión (o cordura) de no seguir haciendo apuestas azarosas pues, de lo contrario, no podría tener dinero para comerme una arepa (que era la idea propuesta, antes del suicidio). No preciso qué comí, no recuerdo qué tomé; sólo recuerdo que estaba frente a la plaza Bolívar de San Antonio del Táchira.
Había mucha gente (así me lo parece). Era una reunión de evangélicos pentecostales (ortodoxos) y, tengo la impresión de que ví más gente allí que en el resto de ese pueblo (en aquel entonces) (1994). Luego de la musiquita sonsa (que ponen de introducción) apareció un gringo predicando. La traducción de la chica, una andinita, no coincidía con la mía; así que –por mera curiosidad- tuve que acercarme ¡Casi no oía! (quizá Dios me jugaba una).

Creo recordar el papel grasiento de las empanadas en mi mano. No voy a negar que muchas de las chicas me atraían por su forma de vestir (sólo se ve lo externo, no se ve dentro del corazón); pero algo en el mensaje era para mí, así que me adelanté entre algunos y me puse en primera fila (además, así oía mejor y miré de cerca a la andinita).

No sé cómo –pero DIOS lo hace- perdí el interés en traducir, en medirme con la chica o compararme con otros. El mensaje, las preguntas, parecían PARA MÍ y yo respondía ¡Ya lloraba! ¡Respondía a gritos!
Luego del mensaje -la gente de la iglesia- comenzó a buscar a los arrepentidos, a los conmovidos y varias de las muchachas les acompañaban… (no era mi oportunidad ¡Ja! ¡Ja!).

Tal vez tomaron mi nombre; no supe darles una dirección, ni un teléfono ¡Era un ave de paso! (quizá, por eso, no me pusieron más atención: Las iglesias tienden a RECLUTAR PERSONAS, no al proceso de sanarlas) (pero lo hizo DIOS).

No sé cómo volví a la casa de mi hermano.
Ya era de noche, estaba perdido en una ciudad ajena (que no conocía) y supongo hice algunas llamadas telefónicas…

¡Era obvio! Me distrajeron.
Aborté ese plan suicida (y sigo comiendo mis cáscaras vacías).

(Para tu gloria, Padre)

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