domingo, 8 de junio de 2014

Quiero contarte…



Hace mucho fui joven, creí saberlo todo, creí no necesitar nada y, en medio de lo que creí tener o hacer bien, me perdí.
No dormía con mujeres pero, varias veces -a la semana- me acostaba con la chica que estaba dispuesta, la que me gustaba o la que tenía apetitos y, la verdad, yo no tenía hambre ni ganas de amor (ni de amar).
Puede que, lo que oigas hoy o mañana, tampoco te interese ni te importe; puede que no pienses en tus hijos ni en tus hijas (pero son tu problema).

Quiero decirte que no serás joven ni bonita siempre. Lo mismo es contigo, jovencito.

Puede que hoy y mañana te deseen docenas de hombres (y hasta mujeres) pero, eso no es amor y, ciertamente, la lujuria y el placer pasan…
Me divertí pero hice daño y me dañé.
Comí aquí, comí allá y, esa “hambre” no se sacia con carne ni mordiscos ni gritos…

Yo no sé tú pero, no me agrada la idea de besar o acostarme con una mujer que haya besado a otro, que haya “dormido” con cualquier otro distinto a mí…

Cuando tuve tu edad, en la discoteca de un barco, conocí a una chica muy linda. La abordé y, en algún momento, saltamos de la barra a una mesa. La oía, la miraba y lña admiraba y, de la nada, saltó otro chico y la besó en la boca… Me enojé, dentro de mí mismo. Sentí que perdía mi tiempo y, para suerte mía, yo no la había besado ni tocado antes.
En un descuido de ese advenedizo le hice señas a la chica para que me dijera quien era el que había venido.

Amigo! Te presento a mi esposo.

¡Perro! Ese extraño me ofreció su mano, ingenuo, confiado o inocente. Me desconcerté pero, aún confundido, le extendí la mano y comencé a disimular el flirteo que yo mismo había iniciado (y ella me había seguido, con otro juego).
Estuve algún tiempo sentado frente a ellos quienes, a sus tiempo, se daban besos y abrazos (yo quería retirarme ¡o volar!).

Antes que pudiera levantar vuelo a otra parte, sentí un pie descalzo jugueteando con mi pierna y, con gran habilidad o destreza, no sólo jugó con mi pie hasta la rodilla y mi entrepierna.
Puedes que imagines la escena de forma “excitante” pero, para mí, no hay excitación cuando una persona se come lo que me meto en la boca o en mi pecho.
Era un pie que, humanamente, me parecía bello, suave y juguetón. Tuve que inclinarme para ver qué sucedía ¿Qué tal fuera otra cosa?

Cuando descubrí que era el de ella, disimulé mi sorpresa y ella me miraba y se reía (su esposo no parecía darse cuenta de su juego). Tragué saliva y, con desconcierto me levanté y quise irme y, aunque trató de retenerme con sus dos piernas, admito que huí de su sucio juego ¿Te gustaría que tu propia mujer hiciera eso a espaldas tuyas?

Hoy eres joven, crees saberlo todo, pero nunca sabrás cuando te engañen (pero sí sabes cuando TÚ ENGAÑAS a otra persona).

¡No peques!
Ser infiel deja heridas que no se borran.


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