Estar enamorado es cuestión de aptitud y de actitud.
Uno puede enamorarse de cualquier persona, sea del color que sea, del
tamaño que sea, la condición física o económica que se quiera, acepte o
convengan, siempre que nuestras aptitudes y actitudes estén en simpatía y no
estén en conflicto arbitrariamente.
Uno puede amar, o querer, mucho de un semejante, como de alguien que sea
opuesto ¡es cuestión de aptitud y actitud!
Si fuera mujer, me parece, sería lesbiana ¿qué hay de malo en la mujer?
Cuando uno se enamora, cuando de veras se
ama, ni nota esos cambios humorales o penosos, que las mujeres sienten cada
28 días. Cuando entran en la menopausia, me parece, hasta sus canas no
interrumpen la línea de algunos quereres, excepto cuando ella se zafa, o es uno
el que otro rumbo decide.
Pienso, quizá sólo es impresión mía, cuando alguien te gusta, no siempre
cuenta su cara, sino el modo como te cuesta sacarla de tus deseos o de tus
pensamientos. Si es alguien que sólo deseas –una vez que la tomas- muchas de
esas emociones (esas nociones) se desvanecen y, quizá de allí, es que las
mujeres prefieran comerse un helado de barquilla, poco a poco, dejando –a
veces- que la crema se deshiele sobre sus manos y, si de veras le gustas, no
sucederá eso de tener que limpiarse las manos, de entretenerse en borrar lo
pasado, porque siempre come lo que quiere y desea (Es contigo ¡Sí! Subliminal).
Cuando hay mutua atracción, uno y otro procura el bien ajeno.
Enamorarse es tocar las cuerdas de la guitarra que hay dentro de cada
corazón humano y, si las mías (o las suyas) no son tañidas, hay un sentimiento
que no es correspondido, un afecto que no es realimentado: Esa música cesará.
Hay una magia burbujeante, en esto del enamoramiento. Los cinco sentidos
(si son sólo esos) sirven de aliados para que tú te comprendas. La voz de la
persona que amas te será única. Puede que te enamores de muchas personas, pero
el sonido de lo que ella habla, del modo que te lo dice, te sacudirá por
dentro, y pocos notarán cuando se te sacude el piso.
Es inevitable que, a cierta edad, tengas un reservorio de experiencias,
evidencias o preferencias. Cuando escuchas a esa mujer o a tu hombre, ya sabes
que “algo” pasó. Hay como un micro interruptor biológico que se dispara en
ciertos momentos, ante ciertas personas y circunstancias. Ella habla (o él te
dice) y es como si toda ella la hubieras soñado, largo tiempo, hasta que un día
la oyes y te dices: “Esto lo soñé” y,
en otros casos, es un deja vú. ¿No lo vas a saber tú?
Algunos, muchas veces, hemos sido muy visuales. Se nos aparece un monumento
y decimos “ella es” (pero no es)
(pocos son felices con sus monumentos). Pero, ¿Si te hacen ojitos? ¿si sonríen,
si te dan atenciones?
El ego puede ser un aliado y un adversario, en eso de enamoramientos. Uno
comienza a balancearse sobre realidades e irrealidades, al punto de la base del
altar del ego, que la estabilidad puede perderse y, si es amor, la otra parte
de ayudará (o te dejará caer) no precisamente en amor: La otra parte siente,
tiene sus aspiraciones, sus necesidades y prioridades.
En el fraguado de las relaciones, sean físicamente humanas o platónicamente
asexuadas, hace falta la música de la necesidad en común: Nadie que se enamore
debiera bailar sus piezas a solas, pero algunos aprendemos a bailar sus
lecciones.
¿Es ella un trance con JL? ¿Es como bailar con Madonna? O ¿Un romántico
vals de letras con Emily Brontë?
Uno debiera bailar “al son que le
toquen”… Pero la práctica, la vida del día a día, no es así: El antagonismo aleja, más de lo que pudiera acercar.
La infatuación, contraria al enamoramiento, reproduce mucho de esas cosas que
vinculamos al amor. Uno puede pensar “estoy
enamorado”, pero –en realidad- es la señal de que estamos dispuestos a
enamorarnos, o expuestos a vulnerarnos, en esa forma de relacionarnos con el
mundo externo (desde nuestro mundo interior de aspiraciones, deseos, etc.)
Si alguien intentase reproducir el experimento de la vida, en un simple
laboratorio blanco y negro y, me echaran en la jaula de esos experimentos,
igual respondería (con menos libertades). Si me pusiesen con 12 mujeres, en
silencio y todas sin ropas, es posible que mi error sea el mismo. Si las
pusiesen, a ellas, a escoger entre otros doce (enmudecidos) me sentiría
satisfecho de lo que escogen sus ojos: Pero los ojos no ven al corazón.
En el mundo real, la mayoría de las personas operamos como en el
laboratorio: Vemos la superficie. Si la verdad humana se redujese a “la verdad”
experimental que acabo de comparar, podríamos argumentar nuestra esclavitud al
error, la infatuación de las intrascendencias y lo insulso que sería el vivir,
pero la verdad se tiene que descubrir, en cada cerrar y abrir de ojos del día a
día.
No sé si crean en un Dios que nos da vida y dio la vida, no sé qué aprendan
o desaprendan pero, sin ese redescubrimiento del Yo, en el Tú, nada sería
original o nuevo ¿Cuántas veces te has enamorado?
Puedo cerrar los ojos y recordar a quien amé. Puedo saber que ella está
allí y, a la vez, sé que ya no está y –con dolor- agradezco se haya ido. Con
exactitud, con la certeza de mi laboratorio mental sé qué me gustó, porqué la
amé y porqué debo dejarla (y ella me deja). Si me lo propongo, por algún
tiempo, podría prolongar lo que voy soltando como cenizas, pero sería como
llevar a cuestas un peso muerto, algo de mí que se hace fétido y, aunque me
dejé llevar algo de mi vida (algo que creí mío) tampoco era de ella: Si no nace
del concierto de dos.
No la clonaré.
No cerraré los ojos para verla.
Ella superó todas mis referencias, todo lo que había imaginado…
Sin embargo, como decía a una amiga que sólo conozco “de oído” y por sus letras,
exploraré ese Presente Perfecto que sé posible. Caminaré, no en retroceso,
hacia lo que me quede de tiempo, ladeando el oleaje de los imprevistos ¿Cuánto
sabe ella que me gusta? (y la pregunta es más que para dos).
Ahora, enamoradamente, puedo visitarme en esas sensaciones.
Si pudiera ensamblarlas, a capricho, las usaría como cosas, sin aceptar lo
que cada persona es. Si tratara de buscar un parecido, en medio de cualquier
otra, lo que haría es pretender un fetiche de algo que no se consumó y por algo
que sé no se cristalizará: El amor acepta el todo, no una parte ni una mitad.
Hoy, esta mañana, mientras miro a la pantalla, me descubro con mis
sonrisas. No es la misma atontada, embelesada, de esos días de julio-agosto
2012, pero es lo que hoy tengo.
P.S.
No te reprocho los besos –nada- excepto el hacerme creer que era correspondido:
Yo te amé realmente (no era tu cuerpo lo que deseaba poseer) (yo deseaba ser
tuyo, lo que me reste de vida).
¡Eso es lo que resiento!
(y que hubiera otra agenda, otro tipo, en una fila de pretendientes).
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