miércoles, 19 de septiembre de 2012

Enamorado

 

Estar enamorado es cuestión de aptitud y de actitud.
Uno puede enamorarse de cualquier persona, sea del color que sea, del tamaño que sea, la condición física o económica que se quiera, acepte o convengan, siempre que nuestras aptitudes y actitudes estén en simpatía y no estén en conflicto arbitrariamente.
Uno puede amar, o querer, mucho de un semejante, como de alguien que sea opuesto ¡es cuestión de aptitud y actitud!
Si fuera mujer, me parece, sería lesbiana ¿qué hay de malo en la mujer? Cuando uno se enamora, cuando de veras se ama, ni nota esos cambios humorales o penosos, que las mujeres sienten cada 28 días. Cuando entran en la menopausia, me parece, hasta sus canas no interrumpen la línea de algunos quereres, excepto cuando ella se zafa, o es uno el que otro rumbo decide.
Pienso, quizá sólo es impresión mía, cuando alguien te gusta, no siempre cuenta su cara, sino el modo como te cuesta sacarla de tus deseos o de tus pensamientos. Si es alguien que sólo deseas –una vez que la tomas- muchas de esas emociones (esas nociones) se desvanecen y, quizá de allí, es que las mujeres prefieran comerse un helado de barquilla, poco a poco, dejando –a veces- que la crema se deshiele sobre sus manos y, si de veras le gustas, no sucederá eso de tener que limpiarse las manos, de entretenerse en borrar lo pasado, porque siempre come lo que quiere y desea (Es contigo ¡Sí! Subliminal).
Cuando hay mutua atracción, uno y otro procura el bien ajeno.
Enamorarse es tocar las cuerdas de la guitarra que hay dentro de cada corazón humano y, si las mías (o las suyas) no son tañidas, hay un sentimiento que no es correspondido, un afecto que no es realimentado: Esa música cesará.
Hay una magia burbujeante, en esto del enamoramiento. Los cinco sentidos (si son sólo esos) sirven de aliados para que tú te comprendas. La voz de la persona que amas te será única. Puede que te enamores de muchas personas, pero el sonido de lo que ella habla, del modo que te lo dice, te sacudirá por dentro, y pocos notarán cuando se te sacude el piso.
Es inevitable que, a cierta edad, tengas un reservorio de experiencias, evidencias o preferencias. Cuando escuchas a esa mujer o a tu hombre, ya sabes que “algo” pasó. Hay como un micro interruptor biológico que se dispara en ciertos momentos, ante ciertas personas y circunstancias. Ella habla (o él te dice) y es como si toda ella la hubieras soñado, largo tiempo, hasta que un día la oyes y te dices: “Esto lo soñé” y, en otros casos, es un deja vú. ¿No lo vas a saber tú?
Algunos, muchas veces, hemos sido muy visuales. Se nos aparece un monumento y decimos “ella es” (pero no es) (pocos son felices con sus monumentos). Pero, ¿Si te hacen ojitos? ¿si sonríen, si te dan atenciones?
El ego puede ser un aliado y un adversario, en eso de enamoramientos. Uno comienza a balancearse sobre realidades e irrealidades, al punto de la base del altar del ego, que la estabilidad puede perderse y, si es amor, la otra parte de ayudará (o te dejará caer) no precisamente en amor: La otra parte siente, tiene sus aspiraciones, sus necesidades y prioridades.
En el fraguado de las relaciones, sean físicamente humanas o platónicamente asexuadas, hace falta la música de la necesidad en común: Nadie que se enamore debiera bailar sus piezas a solas, pero algunos aprendemos a bailar sus lecciones.
¿Es ella un trance con JL? ¿Es como bailar con Madonna? O ¿Un romántico vals de letras con Emily Brontë?
Uno debiera bailar “al son que le toquen”… Pero la práctica, la vida del día a día, no es así: El antagonismo aleja, más de lo que pudiera acercar.
La infatuación, contraria al enamoramiento, reproduce mucho de esas cosas que vinculamos al amor. Uno puede pensar “estoy enamorado”, pero –en realidad- es la señal de que estamos dispuestos a enamorarnos, o expuestos a vulnerarnos, en esa forma de relacionarnos con el mundo externo (desde nuestro mundo interior de aspiraciones, deseos, etc.)
Si alguien intentase reproducir el experimento de la vida, en un simple laboratorio blanco y negro y, me echaran en la jaula de esos experimentos, igual respondería (con menos libertades). Si me pusiesen con 12 mujeres, en silencio y todas sin ropas, es posible que mi error sea el mismo. Si las pusiesen, a ellas, a escoger entre otros doce (enmudecidos) me sentiría satisfecho de lo que escogen sus ojos: Pero los ojos no ven al corazón.
En el mundo real, la mayoría de las personas operamos como en el laboratorio: Vemos la superficie. Si la verdad humana se redujese a “la verdad” experimental que acabo de comparar, podríamos argumentar nuestra esclavitud al error, la infatuación de las intrascendencias y lo insulso que sería el vivir, pero la verdad se tiene que descubrir, en cada cerrar y abrir de ojos del día a día.
No sé si crean en un Dios que nos da vida y dio la vida, no sé qué aprendan o desaprendan pero, sin ese redescubrimiento del Yo, en el Tú, nada sería original o nuevo ¿Cuántas veces te has enamorado?
Puedo cerrar los ojos y recordar a quien amé. Puedo saber que ella está allí y, a la vez, sé que ya no está y –con dolor- agradezco se haya ido. Con exactitud, con la certeza de mi laboratorio mental sé qué me gustó, porqué la amé y porqué debo dejarla (y ella me deja). Si me lo propongo, por algún tiempo, podría prolongar lo que voy soltando como cenizas, pero sería como llevar a cuestas un peso muerto, algo de mí que se hace fétido y, aunque me dejé llevar algo de mi vida (algo que creí mío) tampoco era de ella: Si no nace del concierto de dos.
No la clonaré.
No cerraré los ojos para verla.
Ella superó todas mis referencias, todo lo que había imaginado…
Sin embargo, como decía a una amiga que sólo conozco “de oído” y por sus letras, exploraré ese Presente Perfecto que sé posible. Caminaré, no en retroceso, hacia lo que me quede de tiempo, ladeando el oleaje de los imprevistos ¿Cuánto sabe ella que me gusta? (y la pregunta es más que para dos).
Ahora, enamoradamente, puedo visitarme en esas sensaciones.
Si pudiera ensamblarlas, a capricho, las usaría como cosas, sin aceptar lo que cada persona es. Si tratara de buscar un parecido, en medio de cualquier otra, lo que haría es pretender un fetiche de algo que no se consumó y por algo que sé no se cristalizará: El amor acepta el todo, no una parte ni una mitad.
Hoy, esta mañana, mientras miro a la pantalla, me descubro con mis sonrisas. No es la misma atontada, embelesada, de esos días de julio-agosto 2012, pero es lo que hoy tengo.

P.S.
No te reprocho los besos –nada- excepto el hacerme creer que era correspondido: Yo te amé realmente (no era tu cuerpo lo que deseaba poseer) (yo deseaba ser tuyo, lo que me reste de vida).
¡Eso es lo que resiento!
(y que hubiera otra agenda, otro tipo, en una fila de pretendientes).

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