Desperté con ese pensamiento (y ganas).
Ya sé de qué y cómo es que despierto con
esta sensación, este deseo y la “necesidad” de comprender todo el abanico de
posibilidades que me ofrecen mis emociones, deseos o pensamientos (abrí mi diccionario,
e iré a leerlo).
Anoche tuve ganas.
Hoy también (¡Ja! ¡Ja!)
Pero no me voy a molestar por seguir
siendo yo. :P (sería
el colmo).
Pensé en MP, en un par de flacas, y hasta
comparé la palabra “poseer” con “posesión”, en su relación inversa con ser “poseído”
(tiene su aspecto egótico, pero –también- es deseable que uno sea de alguien,
que alguien te quiera, y te desee tanto como tú deseas).
Recuerdo el chat de anoche. Una chica usó
la palabra “debilidad” en relación a la forma en que hombres y mujeres se
entrometen en relaciones amorosas, cuando uno y otra debería ser bien leal al
compromiso emocional-sexual que “se supone” mantiene con otro u otra ¿Es eso
posesividad o territorialidad de “conquistadores? (prefiero usar las
gríngolas).
“ Te
pareces a la mae de San Pedro ”, solía decir mi abuela paterna,
refiriéndose al caso donde la madre del apóstol Juan y su hermano (¿Zebedeo?)
le pide a Jesús, el Mesías, que sus dos “hijitos” se sientes a Su diestra y Su
siniestra –allá- en el reino de los cielos ¿No es eso posesividad? ¿No era
pedir prebenda? Cuando ambos hijos ya tenían un lugar especial en la compañía
de Jesús (los otros discípulos, los apóstoles, se le arrecharon a la mujer).
Cuando niño, que recuerde, docena de veces
quise ser “hijo único” ¿Lo imaginan? Era el egoísmo de tener –a mi disposición-
todo el cariño o atención de la familia. Era el grado más egótico de atención,
de posesividad que podía
ENVIDIAR de los que su lugar y espacio tuvieron en el tiempo. ¿Sabían que ese
sentir es muy común en la infancia? (Malo en la adultez).
En el matrimonio, cuando uno se pone a “hacer
hijos”, uno de los sentimientos que suele sobresalir, al momento de tener un
bebé, es el sentirse desplazados por un bebé: Mucha de la atención que se
recibía, tiene que ser “compartida” con el carajito que se ha procreado. Cuando
se disfrutaba mucho de la pareja, ese tiempo tiene que ser “distribuido en las
atenciones que EL BEBÉ NECESITA (¿Para qué lo trajeron? ¡Je! ¡Je!).
Hay momentos en los que uno se antoja de
querer hablar con alguien que está ocupado, trabajando, bañándose, durmiendo,
etc. Uno no debe ser molesto con las personas que quiere y, lo mejor, es
preguntar si están de ánimo o disponibles para lo que uno quiere (mejor eso que
parecer exigentes).
Yo, tal cual esta mañana, pude evocar un
par de momentos con Mónica. Al recordarla, en medio del contexto de posesión,
en relación a lo que sé es mi pertenencia (no la de ella), pude comprender que,
recuerdo más, las cosas que viví con ella en
mi casa que en Colombia (eso demuestra mi territorialidad, más que mi
posesividad).
En este ejercicio mental, que no es otra
cosa, termino por darle la razón: No la amé, pero la quise mucho.
Sexualmente hubiera querido seguir con
ella pero, por nuestras humanas diferencias y necesidades distintas (mismas que
se resolvieron) la relación no se proyectó más allá del tiempo que lo compartimos
o nos soportamos.
En relación a la posesividad, yo habría querido mantenerla secuestrada, sola conmigo; pero sus necesidades no eran las mías,
nuestros vínculos eran distintos y -en general- todos somos muy distintos y
actuamos más por conductas que por la razón del razonamiento.
¿Por qué te voy a celar cuando estás con
tus amig@s o familia?
Entiendo que sí debo ser cauteloso cuando
vives hablando del nuevo vecino, del nuevo compañero de trabajo, del galán de
tu teleculebra favorito.
Comprendo que debo estar muy pendiente si
te babeas por otro tipo -que no sea yo- otro carajo que comienza a salir
contigo, después del trabajo, o cuando no hallo el momento para tenerte; porque
te niegas a salir, a comer o ir a la cama CONMIGO (me fregué).
Entiendo que, si comienzo a decirle a una
mujer “mami” -demasiado pronto- puedo estar perdiendo la oportunidad de que
ella comience a quererme por ser el hombre quien soy. Si la acoso con cada
llamada o demanda, si comienzo a sofocarla con mis exigencias (no teniendo nada
que la atraiga) puedo estar perdiendo una bonita amistad o una buena
oportunidad de ganármela como mujer o amiga (lo mismo aplica para las mujeres).
Estoy convencido de que los iguales se atraen.
No creo que una relación se sostenga ni
mantenga a lo largo de un incesante antagonismo.
De mi parte, ya lo sé, no puedo ni quiero
desarrollar una relación con una persona que se identifique con el chavismo y
ese proyecto político-ideológico.
Muy de mí, ya lo sé, evito a las mujeres
casadas, a la gente que se identifica con la cultura del reggaetón o la salsa,
cuya cultura religiosa se enmarca en la santería o el catolicismo: No
pertenezco a esas convicciones ni creencias y, la posesividad tiene una
relación proporcional inversa con el deseo de hallarse con la gente que nos es
afín, no tanto por atracciones físicas externas, sino por la afinidad interior,
que es la más propensa a mantenerse (y mi ex esposa dejó de ser quien me
pareció era) (y tanta gente cambia, sin apercibirse, siquiera) ¡Hay cambios
constantes! (no hay garantías).
En medio de mi posesividad (de la tuya)
sabemos:
·
Qué
necesitamos
·
Qué deseamos
·
Qué queremos
·
Qué no
tenemos
·
Qué dejaremos
El poseer y ser poseídos tiene una
relación de pertenencia, de dependencia, de confianza y mutua afinidad: Uno
puede necesitar esa persona para amar (para amarse o sentirse amado) pero –lamentablemente-
el espacio está invadido, el lugar que queremos no está vacío, o no se quiere
ceder.
Hay gente dispuesta a darte un espacio en
su pecho (y en su lecho) ¿Cuál de esas cosas querrías?
Yo no quiero un lugar en la cama. Quiero
una dama… (lo otro viene solo).
Sé que, si soy elegido, tiene que ser como
quiero pues, si cometo el error de acostarme (sin amor) haré lo mismo que suelo
hacer: Comer y fregar los platos ¿Te agrada que te frieguen? ¡A mí no! (por eso
lo evito).
No diré que “No sé por qué me empeño en
crear relaciones con gente que no me conviene”. La razón, para intentar
establecerla, es similar a la tuya: Queremos amar –ser amados- y no hallamos
con quien.
Si pasase el milagro de reconstruir mi
vida, si me dieran el poder de retroceder 40 años, seguramente evitaría tener
hijos. Lo que entendí por amor, mayormente, era esa expresión visceral que,
hormonalmente, un día cesa. Si me dieran la segunda oportunidad (y sé que no la
hay) evitaría algunos errores ¡pero se falla con cualquiera!
Hace más de 10 años, buscando mi espacio y
mi lugar, compré un terreno en una montaña. Al llegar allí, gracias a Dios,
supe que era “lo mío” (lo que no supe es que sería, también, el espacio de
otros) ¡Ja! ¡Ja!
Parte de mí decía, “mi montaña” (ya no lo
es) pero era una interesante sensación de poseer, de posesividad territorial y,
tal como fue con la montaña, igual sucede con las personas y las relaciones.
No volveré a pensar que la paternidad añade
a mi vida, quita, más bien (al menos, a mí). Es un gozo particular, genial,
único; pero la economía, la convivencia y la pertenencia entran en conflicto y
-la verdad- hay bastante problema en eso de lidiar con la gente, en la calle,
como para meter iguales problemas en la casa.
Un perro, por ejemplo, se frustra
encerrado en un apartamento. Todo mundo desea tener una mascota, es una nota tener
a quien besar o acariciar, pero no se detienen a pensar en la incomodidad que
sufre ese animal (largas horas del día, cuando uno se marcha a la faena).
El perro es un animal de compañía (también
el hombre).
Se le obliga a cagar, a mear, en el lugar
que contamine menos ¡eso es necesario! (pero no tiene lógica animal).
En los encierros, a lo largo del día, ese
ser debe soportar una molesta cadena, un incómodo collar y, en medio del
encarcelamiento (porque lo es) se ladilla de los juguetes y empieza a excavar
en la pared, a comerse el zapato que tuvo cerca, a morder el piso de parquet o
a dañar la pintura y, a la caída de la tarde –en lugar de cariño- recibe varios
coñazos “porque dañó esto y aquello”.
El animal se deprime, a solas se aburre, y
-qué arrecho- todavía nos quiere.
Un niño, un bebé, padece lo mismo (y no
debe dejarse solo).
Uno quiere compañía, DE FORMA CONVENIENTE,
pero no puede hacerse cargo del paquete, porque “tiene que trabajar” y, en la
cuidad, uno debe enviar a los hijos a una perrera llamada escuela u “hogares de cuidado diario” (equivale a una perrera,
porque el AMOR no está allí).
Nuestros hijos, al igual que nuestras
mascotas, tienen los mismos sentimientos nuestros: Pertenencia, Celos,
Territorialidad y Deseos de Amor (se nos olvida que somos iguales y deseamos
amar y ser amados).
Si comparo ambas situaciones (la de tener
mascotas e hijos) hallo mucho en común y, hasta recuerdo uno de los cuentos de
mi madre, donde yo me embarraba de caca… Sé que es cierto (tuve perros e hijos)
¡Ja! ¡Ja!
En esencia, la diferencia, es que a los
perros puede echárselos a un lado (a los niños no). Tú puedes dejar a la
mascota en el terrado, sacarla de tu cuarto (a los niños no) ¡Menos cuando
están chiquitos! (son más vulnerables) (igual se aburren).
Uff! (una llamada me interrumpe).
Mientras escribo este borrador, por
cierto, la madre de mis hijos me llama…
¿Qué quiere mi ex esposa?
Un espacio para mi hija menor (ya tendrá
12).
¿Sería igual si se tratara de mi perro?
¿Podría dejar a Eli en cualquier casa?
(hablo de un rottweiler, arrecho, que su vida dio por mí).
Todos necesitamos un lugar, en el espacio
de un alma, en el corazón de ciertas personas y bajo la cobertura de cierto
techo.
Entiendo bien qué poseo y qué no poseo y,
aunque sé qué es el amor, muchas veces es un deseo que ese lecho no ha
conseguido, una lealtad que no se ha ganado (ni comprado) y que todos “enfermamos”
con un ataque de celos, en un momento de inseguridad; pero nada es totalmente
nuestro, sino aquello que podemos y queremos dar, sin esperar recibir.
A.T. Nov 2012
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