Cierto día, mientras terminaba de escribir
mis notas en la PC, mi mamá -a mi espalda- interrumpía regularmente mostrándome
algunas fotos viejas… Distrayéndome (ya poco) soltó otro detalle que olvidaba
registrar:
Cuando era yo un niño, a veces ella me enseñaba a leer. En alguna
parte de la historia, había una cartilla ilustrada con el ABCdario (¿las habían inventado ya?) (¡Sí! ¡Je! ¡Je!).
Ella me ponía a reconocer las imágenes comparándolas
con el sonido de las letras y, como todo muchacho que NO LEE, asociaba la imagen
con el supuesto sonido del animalito o cosa que veía en las ilustraciones que me
inducían: “C” = Caballo, “F” = Foca… Pero, al momento de la
revisión general, me regresaba hasta la “A”
inicial.
Como yo no sabía leer (todavía
no lo sé) ella
solía regañarme (aún lo hace) pues, se supone que, al momento de llegar a
la “A”, yo debía identificar todo
animal que la cartilla ilustraba:
-
¿Qué letra es esa, Nené?
-
¡La B! –le respondía, con segura certeza.
-
¿Cómo, hijo? Esa no es la “B”
-
¡Sí, mamá! Es la “B”.
-
Pero si ese animal es un asno... La Letra de “Asno” es una “A”, no una
“B”.
Según ella me cuenta, yo tomaba la cartilla y
aguzando bien la vista, le decía:
-
¡No, mamá! Ese animal no es un asno ¡Es un burro! Y Burro se
escribe con “B”.
-
¡Muchacho del carajo!... ¡Tú siempre llevándome la contraria!
-
¡Pero si ese asno parece un burro! –excusándome- ¡Yo no sé!
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