Plan Suicida.
En un sentido humano, visceral, no sé qué nos
hace inconformes. Podemos ser ricos y vivir como pobres. Podemos visiblemente
pobres, y pensar como ricos. Puede que tengamos suficiencia o abundancia, para
cada día y –aún así- acusar ese vacío y tratar de llenarlo con golosinas,
necedades, que ni llenan ni nos sacian.
Ayer, en uno de esos momentos de tregua, mi
mamá me refirió uno de esos cuentos que le había dicho el hombre que la crió. Se
trataba de esas moralejas, hecha cuento, que circulaba en la Caracas Vieja, de
aquella que hablaba del Puente del
Guanábano, como ese trampolín que despedía algunas vidas y las catapultaba
a la siguiente dimensión:
“Cierto
hombre estaba muy de deprimido. Nada, al parecer, lograba salirle bien, con
éxito y, por el contrario, pese a sus repetidos esfuerzos, su vida parecía un
desastre. En los negocios, ganaba en pérdidas. En el amor –según decía mi
abuelo- las mareaba, pero no las mataba…
Sintiéndose tan
miserable, con demasiada vergüenza de sí,
decidió quitarse la vida y se fue camino de La Pastora, hacia el Puente
del Guanábano. Al llegar, aquella mañana, no vio a quien le detuviese en su
final propósito. Al punto de alzar la primera pierna, observó cierta dificultad
en una de sus bolsillos ¡Había olvidado comer el cambur de esa mañana!
Ya era un hábito
mañanero y, de tanto pensar, había pospuesto tal costumbre… Lo sacó de su
bolsillo y, pensativo, dio el primer mordisco, arrojando un pedazo de la
concha, hacia el lugar donde habría de caer.
No tardó mucho en
comerse el cambur y, tras haber terminado, arrojó lo que le quedaba por el lado
donde se habría de tirar. Alzó sus ojos al cielo y, en silencio, dio a Dios las
gracias y al momento de lanzarse -ya decidido- contempló el sitio dónde habían caído
las cáscaras del cambur: Un pobre hombre, ya anciano,
las había cogido y comenzaba a comérselas.”
La historia no es tan fraguada. ¿Quién la
inventó? ¡No lo sé!
De hecho, cerca de 1994, yo mismo pensé en
lanzarme desde “el Puente del Viaducto”,
por un lado de San Antonio del Táchira, Venezuela.
Ese hombre, si existió o no ¡Sabe Dios!; pero
puedo dar fe de que, en esos momentos de emociones intensas y sentimientos contrapuestos,
la mente NOS engaña y terminamos comiendo “algo” y, finalmente, el plan suicida
se aborta.
En mi caso, visceral también, recuerdo la
sensación de imaginar la caída, el impacto y las consecuencias. Para ese
entonces no estaba casado, no tenía hijos y pocos se afectarían… si lo hubiera
“logrado”. Alguien podría pensar en aquella canción del “Mala Suerte” (que no
es igual a mala muerte). Uno puede decir: “Esa
clase de gente es cobarde a las cosas de la vida” ó “Son tan perdedores o
fracasados, que ni siquiera pueden hacer lo más simple…” ¡Qué sé yo!
Una cosa he aprendido de quienes he
subestimado: “Perdiendo –también- se gana”.
Ese tarde, cuando miraba el gran tamaño de
las rocas blancas que me partirían los huesos. Apenas asomé la mínima idea de
contaminar las límpidas aguas con mi sangre, me detuve... No había puesto un
pie en la baranda (misma que han alzado a
varios metros, para dificultar la tarea suicida) cuando mi mente tuvo la idea
de ir a comer algo (supongo que buscando una tangente en el margen de tiempo,
una excusa más para posponerlo, o una solución salvadora que me sane).
Quedaba algo más de dinero en mi bolsillo. En
Táchira vacié la cuenta de todos mis ahorros (no eran muchos) para mudarme a
ese Estado... Las cosas no salían como se pensaban, odiaba a Caracas por ciudad
(ya no, sino a su gente) y no quería vivir en ese hacinamiento citadino.
¡Fui a comer!
No recuerdo cuántas cuadras caminé. Sólo sé
que, a mi paso, hallé pocas tiendas abiertas y compré boletos de la lotería
instantánea y NINGUNA ME DIO UN PREMIO (¿Quién
inventa un negocio para perder?)
Dentro de mí reconocía ese resentimiento, esa
molesta frustración de que uno hace LO MEJOR QUE PUEDE, pero las cosas no salen
o no “nacen” como una desea o calcula: El trabajo estable que me habían
ofrecido, se disipó... El alquiler de un lugar -para vivir- ¡se lo habían dado
a otro! (¡Coño!) ¿Nadie cumple su palabra?
Llegué –finalmente- a una arepera. Tuve la
previsión (o cordura) de no seguir
haciendo apuestas azarosas pues, de lo contrario, no podría tener dinero para
comerme una arepa (que era la idea propuesta, antes del suicidio). No preciso
qué comí, no recuerdo qué tomé; sólo recuerdo que estaba frente a la plaza
Bolívar de San Antonio del Táchira.
Había mucha gente (así me lo parece). Era una
reunión de evangélicos pentecostales (ortodoxos) y, tengo la impresión de que
ví más gente allí que en el resto de ese pueblo (en aquel entonces) (1994).
Luego de la musiquita sonsa (que ponen de introducción) apareció un gringo
predicando. La traducción de la chica, una andinita, no coincidía con la mía;
así que –por mera curiosidad- tuve que acercarme ¡Casi no oía! (quizá Dios me
jugaba una).
Creo recordar el papel grasiento de las
empanadas en mi mano. No voy a negar que muchas
de las chicas me atraían por su forma de vestir (sólo se ve lo externo, no
se ve dentro del corazón); pero algo en el mensaje era para mí, así que me
adelanté entre algunos y me puse en primera fila (además, así oía mejor y miré
de cerca a la andinita).
No sé cómo –pero DIOS lo hace- perdí el
interés en traducir, en medirme con la chica o compararme con otros. El
mensaje, las preguntas, parecían PARA MÍ y yo respondía ¡Ya lloraba! ¡Respondía
a gritos!
Luego del mensaje -la gente de la iglesia- comenzó
a buscar a los arrepentidos, a los conmovidos y varias de las muchachas les
acompañaban… (no era mi oportunidad ¡Ja! ¡Ja!).
Tal vez tomaron mi nombre; no supe darles una
dirección, ni un teléfono ¡Era un ave de paso! (quizá, por eso, no me pusieron
más atención: Las iglesias tienden a RECLUTAR PERSONAS, no al proceso de
sanarlas) (pero lo hizo DIOS).
No sé cómo volví a la casa de mi hermano.
Ya era de noche, estaba perdido en una ciudad
ajena (que no conocía) y supongo hice algunas llamadas telefónicas…
¡Era obvio! Me distrajeron.
Aborté ese plan suicida (y sigo comiendo mis
cáscaras vacías).
(Para tu gloria, Padre)
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