Hace algún tiempo cierta persona escribió un
blog muy acertado e interesante (link de Dulcidq).
De mi parte hubo cierta réplica (link) y,
asintiendo con sus opiniones, me atreví a pensar en otras posibilidades: Que el
amor no fuera sólo visceral o platónico, sino algo más que trascienda a nuestra vida, más allá, hasta lo espiritual.
Puede que no tenga argumentos para apuntalar
esta teoría (no soy catedrático ni estudioso) pero la escuela de la vida, en
medio siglo, me dice que hay algo más que un deseo o un sublime sueño, que nos
mueve a esa necesidad de procurar el
amar: No sólo ese amor que nos damos a nosotros mismos, sino el que podemos
compartir, dar, incluso por encima de lo filantrópico, lo transparentemente
misericorde, o aquello que pudiera ejercer una presión moral o visceral, por
encima del control de la autonomía de nuestras vidas.
Sé de casos de amores que no debieron ser,
esos que una parte o la otra percibían la antipatía, el antagonismo y, por la
coincidencia de cosas fortuitas, ambos terminaron acercándose, juntándose
sexualmente y, como casi todas las relaciones, terminaron en una separación
mayor, peor o en una amistad que les une, sólo en lo platónico o por el “nexo”
consanguíneo de hijos.
Sé de amores que no pudieron ser, esos
intensos, supra-románticos y rete-idealizados, que contaron con antagonismos y
fenómenos externos que los llevaron a matrimonios distintos, con personas
quienes no debieron, pero por producto de la influencia familiar, de la presión
de las conveniencias y necesidades, pero no por la decisión absoluta del alma
(y no creo en el destino, ni en la predeterminación de nuestras vidas) (¿Dónde
estaría el libre albedrío?)
Las cuatro patas –comunes- se apoyan en el sexo, la afinidad, lo social y económico. Visceralmente he conocido y
convivido por la afinidad sexual. No había conocido el amor por las razones de
afinidad filial, pero es obvio que muy pocas personas invertirán toda una vida
con personas con quienes no hallen una pizca de afinidad, una milésima de
simpatía por sus gustos, modos y maneras.
Una cara bella, un cuerpo sexual o atractivo
no determinará una década separado del resto del mundo. En el amor uno tiene
que hallar algo más que un cuerpo deseable y apetecible, debe uno enamorarse de
aspectos personales que se palpen con el trato o se tientan por las
conversaciones y los encuentros.
Para clarificar las 4 patas del amor debo
retrotraer ese o aquel artículo y, hecho eso, “buscando las 5 patas”, podría
agregar lo que parece el azar, lo fortuito, pero estoy comenzando a creer que
es –más bien- un factor espiritual que interviene en nuestra vida, a fin de
catalizar el crecimiento y el desarrollo de ciertas cualidades que, si no
fueran manejadas (aprendidas) nos dejarían en esta tierra como niños o enanos,
y no nos darían el acceso a la siguiente vida.
Me explico:
Hace una década, cuando menos, mi lejano
amigo Tom Powell conversaba de una creencia. Ésta, para muchas personas, era
que los lisiados, los enfermos, venían al
mundo para influenciarnos (a nosotros) (a quienes nos jactamos de ser seres
“normales” y esa “normalidad” nos hace actuar anormalmente).
No estoy totalmente de acuerdo con esa
“creencia”; sin embargo, lo dice la historia y el testimonio de quienes aún
viven, la gente que luchó y creció bajo esas condiciones “limitantes”, bajo
esas presiones sociales, escarnio burlesco o el abierto rechazo, han
desarrollado un carácter más fuerte
que muchos de los que nos consideramos normales (soy anormal). ¿Aman esas
personas? ¿Cuánto han influenciado -con sus vidas ejemplares- el producto del
disfrute de nuestra sociedad?
En mi opinión, no necesariamente uno nace
ciego o mocho para influenciar a otros, sino para aprender a luchar con espadas
no teniendo evidentes manos. Uno no es cojo, tartamudo o manco para que nos
sientan lástima; así como tampoco se es pobre para que venga otro y nos
mantenga o nos alimente. Ciertamente, la idea errónea de esa creencia –relacionada al pecado o al castigo- es
antigua y, como prueba de ese prejuicio, la Biblia misma cita el momentum
cuando Jesucristo fue preguntado o cuestionado, y lo dicho ayer tiene vigencia hoy.
Juan 9:2 Y sus discípulos le preguntaron,
diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?
Juan 9:3 Jesús respondió: Ni éste pecó,
ni sus padres; sino que está ciego para que las obras de Dios se
manifiesten en él.
¿Cómo se manifiestan las obras
de Dios en nuestras vidas?
Una de Sus manifestaciones es el amor; sea para con nosotros, o
sea el nuestro para con el mundo (si
no me amo yo, no puedo amar a nadie).
El amor es una obra de Dios (1Jn 4:8). El sexo es una expresión humana y una extensión del amor mismo (1Jn 4:7), y casi estoy por abandonarme
a la idea de que se puede amar sin esperar ser correspondido en forma alguna
(aunque no haya tenido a quienes quise tener o aunque no tengo culpa de tener a
gente que no supe o no quiero querer).
Este no es un blog teológico (soy malo para eso) sino otro registro en la
bitácora de lo que aprendo… pero, ¿cómo me explico la aparición de tantas cosas
coincidentes en los equívocos de la vida?
Uno se casa, y no debió haberlo hecho.
Otro se divorcia, y no debió hacerlo.
Uno tiene hijos, y nunca los debió haber concebido (de hecho, ni hubo consenso
para tenerlos... Son productos de la unión).
¡Aprendemos por ensayo y error! ¿Quién ha querido
llegar a malos términos? ¡Nadie!
Vivimos y vamos a tientas; aunque la intención
usualmente es buena.
¿Qué nos queda de esto?
Ya sabemos quiénes nos gustan y quienes NO nos
gustan.
Ya sabemos qué hicimos y qué no deberemos volver a
hacer.
Ya sabemos qué sentimos y qué no volveremos a
sentir.
Es mucho más, mucho más…
Tenemos esa mesa, a la que le reconocemos varios
apoyos: la pata sexual, la pata afectiva de las afinidades, la
vida en sociedad; pero ¡cómo nos gusta que se caiga o que cojeen! si no es que debiera
quedarse renca.
Parte de mí, día a día, se convence de que este
tantear emocional, este caminar renqueante a ciegas, tiene una razón de peso
que sirve a la vida hacia la eternidad.
Sé qué es amar.
Sé qué es querer o ser querido.
Entiendo el dejarse querer o el pedir dejarnos
amar; pero cada ser compone o descompone su propia mesa, buscando sus 5
patas.
A.Toro Dec.
12, 2011
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