Hace mucho fui
joven, creí saberlo todo, creí no necesitar nada y, en medio de lo que creí
tener o hacer bien, me perdí.
No dormía con mujeres pero,
varias veces -a la semana- me acostaba con la chica que estaba dispuesta, la
que me gustaba o la que tenía apetitos y, la verdad, yo no tenía hambre ni
ganas de amor (ni de amar).
Puede que, lo que oigas hoy o
mañana, tampoco te interese ni te importe; puede que no pienses en tus hijos ni
en tus hijas (pero son tu problema).
Quiero decirte que no serás joven
ni bonita siempre. Lo mismo es contigo, jovencito.
Puede que hoy y mañana te deseen
docenas de hombres (y hasta mujeres) pero, eso no es amor y, ciertamente, la
lujuria y el placer pasan…
Me divertí pero hice daño y me
dañé.
Comí aquí, comí allá y, esa “hambre”
no se sacia con carne ni mordiscos ni gritos…
Yo no sé tú pero, no me agrada la
idea de besar o acostarme con una mujer que haya besado a otro, que haya “dormido”
con cualquier otro distinto a mí…
Cuando tuve tu edad, en la
discoteca de un barco, conocí a una chica muy linda. La abordé y, en algún
momento, saltamos de la barra a una mesa. La oía, la miraba y lña admiraba y,
de la nada, saltó otro chico y la besó en la boca… Me enojé, dentro de mí
mismo. Sentí que perdía mi tiempo y, para suerte mía, yo no la había besado ni
tocado antes.
En un descuido de ese advenedizo
le hice señas a la chica para que me dijera quien era el que había venido.
-¡Amigo! Te presento a mi
esposo.
¡Perro! Ese extraño me ofreció su
mano, ingenuo, confiado o inocente. Me desconcerté pero, aún confundido, le
extendí la mano y comencé a disimular el flirteo que yo mismo había iniciado (y
ella me había seguido, con otro juego).
Estuve algún tiempo sentado
frente a ellos quienes, a sus tiempo, se daban besos y abrazos (yo quería
retirarme ¡o volar!).
Antes que pudiera levantar vuelo
a otra parte, sentí un pie descalzo jugueteando con mi pierna y, con gran
habilidad o destreza, no sólo jugó con mi pie hasta la rodilla y mi
entrepierna.
Puedes que imagines la escena de
forma “excitante” pero, para mí, no hay excitación cuando una persona se come
lo que me meto en la boca o en mi pecho.
Era un pie que, humanamente, me
parecía bello, suave y juguetón. Tuve que inclinarme para ver qué sucedía ¿Qué
tal fuera otra cosa?
Cuando descubrí que era el de
ella, disimulé mi sorpresa y ella me miraba y se reía (su esposo no parecía
darse cuenta de su juego). Tragué saliva y, con desconcierto me levanté y quise
irme y, aunque trató de retenerme con sus dos piernas, admito que huí de su
sucio juego ¿Te gustaría que tu propia mujer hiciera eso a espaldas tuyas?
Hoy eres joven, crees saberlo
todo, pero nunca
sabrás cuando te engañen (pero sí sabes cuando TÚ ENGAÑAS a otra
persona).
¡No peques!
Ser infiel deja heridas que no se
borran.
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