Indistintamente de cualquier opinión o experiencia personal o colectiva (como la religiosa de muchos grupos o individuos) el matrimonio sólo sirve a fines legales, económicos, más que a fines AFECTIVOS garantes de la permanencia o de la estabilidad del vínculo amoroso ¡El amor no se negocia!
Mi postura, más que indisposición, sigue siendo la misma que tuve a los 18 años y, de haber logrado hacerme la vasectomía a esa edad, cuando se la solicité al Dr. Montero Revette, habría sido más responsable de mi sexualidad no procreando. Sin embargo, la paternidad ha sido una buena experiencia (de la cual no espero recompensas).
El matrimonio debe ser por amor, más que por un acto de legalidad y crasa conveniencia y, desde luego, la sociedad misma ha de promoverla puesto que, LAS PAREJAS DEL MISMO SEXO NO PROCREAN; de allí la «resistencia» de algunos gobiernos en reconocer EL DERECHO de que cada individuo elija o se auto determine, por la vida sexual que escoja o prefiera.
El precedente historio-gráfico que conozco, al menos como referencia grata más antigua, no tiene que que ver con Helena de Troya, sino con la vida de Sansón (quien se casó una vez) y, viendo que, tal cosa sólo servía a los fines sociales de los Filisteos, a la conveniencia (o antojo) de aquel padre, Sansón se involucró con otras mujeres y, al parecer, terminó enamorado de una prostituta que lo entregó a sus enemigos.
Indistintamente de qué diga Dios respecto al matrimonio, la santidad de tal relación, la pulcritud del lecho matrimonial no es resguardada por el vínculo legal ni amoroso de ese CONTRATO. Sin embargo, puedo admitir que, las cláusulas de FIDELIDAD, amor, lealtad, etc., son proclamadas en la Biblia, muchos siglos antes de que el hombre se sintiese Dios o legislador de hombres. ¿La idea ha sido humana?
En el reino de animal, la lealtad es más espontánea, es más natural y verificable que en aquellos que nos jactamos de ser racionales; sin embargo, cuando un barco se hunde, es posible ver saltar las ratas por la borda, antes que los miserables lleguen (La escena del naufragio del Titanic, es un buen ejemplo a lo que digo).
En materia de fe, como otro acto de convicción más que de conveniencia, creo al relato de Juan 4:7, mismo donde el Señor Jesús aborda a una mujer de Samaria que se acercó a un pozo de agua profundo, para sacar el aliciente de ese líquido -sedienta, quizá de muchas cosas de esta vida- y el Maestro le dijo: «Dame a mi también...»
¿Calma el matrimonio tu sed o, por otro lado, te produce ansiedad?
Indistintamente de la opinión general de aquellos días (muy parecida a la nuestra hoy) el Señor Jesucristo no la juzgó ni condenó. Al invitarla a traer a su «esposo» ella le contó no tenerlo y, desde su corazón, Jesús mismo vio otra sed que no había sido satisfecha: «De los 5 maridos que has tenido, ninguno es tu esposo... Has dicho la verdad». ¿Y quién no ha tenido relaciones premaritales estos dos milenios? ¡Sólo l@s vírgenes!
Según entiendo, uno de los mejores beneficios de la virginidad es ofrecer -a la futura pareja- el beneficio de la exclusividad sexual, la garantía de iniciarse en una relación de coexistencia sin hijos o relaciones sexuales previas (Levíticos 21:14) para el privilegio de ser el primero (o la primera) en mostrarse -al desnudo- en ese desarrollo de esa sexualidad adulta (en l@s escuelas los niñ@s son «instruidos» acerca del sexo) ¿Corresponde al Estado o a los Padres tal instrucción?
Jesús NO acuñó el cliché religioso. Jesús combatió la doble moral del mojigato y, lamentablemente, luego de Su partida física, sus enseñanzas se corrompieron (tanto como el Antiguo Testamento tuvo distintas tendencias y re-interpretaciones).