Hace
algún tiempo he pensado de un modo egoísta. Por lo general, solemos decir:
“¿Por qué a mí?” en casi cualquier situación que me resulte adversa, incómoda,
injusta, y desagradablemente tolerable.
No hace muchos años, mientras tomaba algo de
comida en una panadería, luego de predicar en una plaza pública, se me acercó
un hombre en una silla de ruedas y, como es mi costumbre, no me sentí nada
cómodo. No tanto por que me pidan dinero, sino por lo inoportuno a la hora de
que uno mismo trate de “medirlo”, a modo de que alcance para una y otra cosa,
pues, a los “ricos” también les falta el dinero…
El hombre, una vez que me incorporé y
sobrepuse a la importunidad (no tiene otro modo de mendigar) comenzó a contarme
su “historia”:
En su momento –me decía- era el tipo de
persona que sometía al que le viniera en gana. Consumía alcohol, drogas y, el
momento que quisiese, peleaba y golpeaba y, según me dijo, más de una vez
golpeó a su propia madre.
Su historia, quizá, no es peor que cualquier
persona de barrio o de vecindario, pero era la suya y, por la expresión, dudo
que fuera un cuento para sacarme otra moneda (él ya sabía que no cedería). Su
situación, incómoda como uno puede observar, no podría ser peor: Una sonda para
la orina y otro artificio para que los excrementos fluyan (así que su olor
“natural” le apesta a él mismo).
Según su relato, él mismo resentía la mala
vida que le daba a su madre (y no me atreví a preguntar quién se encargaba del
resto de su aseo personal, el cambio de su ropa, baño, etc., etc.).
Una situación como esa te mueve a la
reflexión.
¿Caminas?
¿Puedes valerte por ti mismo o dependes de
otros para comer o hacer tus necesidades?
En ese particular –el de las necesidades- uno
puede pensar: ¿Es amado? ¿Qué mujer lo “atiende” como hombre? (y es notable que
huele “distinto” y -de la cintura hacia abajo- pues, sus extremidades no son
como las mías o las tuyas).
Ese hombre, anónimo hasta el momento que se
aparece en su silla de rueda, tiene un nombre y un pasado que debe
atormentarlo. Su recuerdo, el día de hoy, vino a mi memoria tal y como debía
volver a cada uno de nosotros cuando somos egoístas, pero DESAGRADECIDOS.
En cierta medida, me parece, no está bien el
conformismo que se parece al abandono, a la desidia y, si se nos permite, un
grado de aspiración –al mejoramiento- no es malo, sino, positivamente alentador
y bueno. Sin embargo, cuando pensamos: “No me lo merezco” –tal vez- deberíamos
considerar situación mucho más difíciles que las nuestras, mismas que no
sabríamos aceptar y, en caso de no aceptarlas (como humanamente la mente se
negaría a aceptar) conviene valorar, un poco, los bienes que tenemos versos a
esos que otros no tienen.
Muchas veces, en medio de mi
desagradecimiento, mi egoísmo, he tenido que pesar la realidad de otros, versus
a las mías:
·
¿Mendigo?
·
¿Inspiro lástima para lograr un beso o un abrazo?
·
¿Mi trabajo es dignificante?
·
¿Soy apreciado (o despreciado) por ser quien soy, o por mendigar -o
rogar- esos sentimientos que demando/produzco, y no los merezco?
Hoy -mañana- ignoramos nuestra situación. Hoy
tenemos manos, pero no edificamos ni construimos mejores relaciones, trabajos
ni amigos.
Hoy, tanto como ayer, podemos abrazar y, por
cualquier clase de circunstancia, nos veremos limitados o privados de abrazar,
decir una palabra constructiva, a esas personas que hoy vemos y, quizá, mañana
no volvamos a encontrar ni saber.
Puede que, tal vez, no intentemos hacer nada
por el ayer… Hay situaciones que nos hacen creer que no está bien hacer
restituciones ni enmiendas… ¡Okey! ¿Y mañana?
Puede que uno no quiera a éste ni a ésta… y
¿si la vemos en silla de ruedas, en una urna? ¿Qué bien le hicimos y qué mal
nos produjimos?
De pronto no parezca trascendente, sin
embargo, sé que una mano afectuosa, una palmadita en la espalda (verdadera y
genuina) pueda cambiar muchas cosas –incluso- salvar vidas.
NO puedo decidir sobre nada del aspecto de la
vida de otras personas.
No puedo decidir lo q haré mañana, pero –en
cierta medida- sí puedo hacer lo que haré, a partir de hoy…
A.T.
Nov 15, 2012
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