La gente está cambiando. Antes, muchas relaciones se mantenían bajo la cortesía de la hipócrita apariencia, el respeto de ciertos protocolos. Hoy, la informalidad favorece el acercamiento, aunque algunos de éstos no convienen.
Uno podía hablar de ciertos vecinos, quienes encumbrados en el honor que secretamente procuraban mantener, y decir: “Yo le conozco” o “soy su amigo”. Hoy la vanidad es otra y muchas se pueden descubrir tan fácilmente que, sólo niños o ilusos ostentan esa clase de infatuación.
En aquel entonces, tomarse una fotografía con esas personalidades serviría por credencial para poder entrar en ciertos círculos, tal como una tarjeta de presentación firmada serviría al mismo objeto que una presentación personalizada. Ahora, un SMS, un mail y un mensaje de voz, incluso un Tweet hace lo mismo, pero más rápido. Aquellos quienes buscábamos un empleo, en la Venezuela de “antier”, debíamos escribir largamente las mismas cosas, repetirlas o memorizarlas, hasta ese pendejo cansancio –típico del “Coronel quien no tiene quien le escriba”- pues la llamada no llegaba ni la contratación rápida se veía.
Aquel apretón de manos, ciertamente insincero, medía el nivel de interés (en ambas partes) y alguno intuía que se habría perdido el tiempo y un volumen de fotocopias. Hoy, para bien de muchos, un mini-DVD o flashdrive sirve para lo mismo, dejado y olvidado en el desktop de alguna PC…
Quién querría asegurarse alguna forma de trabajo (empleo) debía desarrollar una serie de actitudes y tener el domino natural de aptitudes, que no se enseñan en la escuela con la formalidad que debería (como materia académica). Uno debía interpretar que, el éxito, como lo muestra el ambiente farandulero, es una clase de bien que produce favores, clientelismos… dinero.
No puedo desvirtuar el valor cultico desarrollado alrededor del materialismo monetario; igual como no puedo luchar contra el espíritu material de lo que es o considero bello: Esa cultura me ha hecho súbdito, si no, un adicto a ese standard. Sea de la forma que sea -pobres-ricos- feos o bellas, la imagen que tengamos en lo medular de la autoestima, presta un gran servicio a la inserción pública: Laboral, social, económica o sensual.
“Dime con quien andas…”
El silogismo de aquellos días ya no lo es. Los giros impredecibles en las costumbres, en los valores no inmanentes –de una generación a otra- desvirtuaron todo. No queda referencia al compás de aquellos preferidos 360º. ¡Todo es historia! El buhonero puede hacer más dinero que el académico que cumple un horario de 8 horas. El político corrupto puede gastar más dinero –en un día- que aquel quien hubo de trabajar 30 años para poder jubilarse.
No hay referencias. Pobres que viven como ricos y ricos deseando ser ignorados por pobres. ¡Qué locura! Mujeres y hombres jugando los inventos de su “2nd life” porque –la presente- no ha servido mucho, ni para escribir alguna película de sus telenovelas.
No creo en un mundo de líderes. Puede que uno escoja a sus padres, pero no fueron siempre líderes. Puede que apreciemos lo que nos dieron en la escuela, pero no fueron magistrales para ceñirnos a esa forma de liderazgo, a sus normas, ni a los recuerdos de pocos maltratos.
No creo haga falta uno, ni miles, que se propongan en tomarnos de las manos y llevarnos en sus caminos; pues, fuimos dotados con la bendición de extremidades interdependientes, piernas y brazos separados, y una primitiva noción de lo que nos gusta, de lo que queremos o deseamos.
En ese particular, doy gracias a Dios, a los míos… y, las veces que creí en otros (…) en suma, fueron lecciones para aprender a creer en mí, y en lo que quiero y a quienes quiero.
A mi edad, poco importa la sombra que otros proyecten, siempre que no estorben a mi camino. No se necesita de muletas, cuando se aprende a estar en sillas de rueda. Ya no hacen falta las lisonjas, pues, cuando quieres y te quieren, eres tú quien lame o besa esas manos.
Pasamos media vida creyéndonos apuntalados, seguros. ¡Qué inseguridad! Basamos nuestros valores en esas cosas que –a la sazón- son ellas las que nos tienen y cómo cuesta soltar sus amarras o abandonarlas como al lastre del viaje.
No soy más cuando recurro al prójimo para beneficiarme de lo suyo. Soy menos cuando recursivamente busco la catapulta humana ajena, dejando el deshonor o la insuficiencia, en aquel a quien hube mentido… ¡Gracias papá! (fuiste un maestro mudo de varios ejemplos).
Cuando llegues al umbral, a éste cuando comienzo a tocar los portales de la decadencia, recuerda las lecciones que te dieron los discípulos de la vida. Si creíste, alguna vez ser mejor que esos quienes te rodearon ¡pensaste mal! Eran tus “maestros”…
Ciertamente, incómoda, muchas veces es esta escuela; pero los condiscípulos son (han de ser) para este fin: Enseñar.
Ese corto protagonismo de la juventud, es un bello engaño ¡Sublime! Muchas veces, pero se va (se está yendo) y, mientras yo voy, por pequeño que sea mi avance, me conformaré, estaré contento ¿Cómo lucho contra los imposibles?
El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente.
(Salmos 91:1)
Ese es mi camino, la búsqueda que ha de terminar en Su regazo, en Su compañía. No soy menos ni más con ello; sólo es el curso natural de cosas y, para nada me sorprenden las críticas, los reproches: Es sólo envidia preñada de confusión y misterio (yo era así, pensé igual de otros).
No pienso, con ello, en la búsqueda de una forma evasiva de perdón psicológico ni espiritual. No es el dogma o la opinión ajena lo que yo sigo, sino a la razón de mis vivencias, mismas que parecen a las de otros (quienes también se rindieron).
El abrigo del Altísimo, ese que cada ser busca con intensa o mediana ansiedad, cualquier momento de sus días, no es para un solo grupo de razas, condición socio-económica o nivel cultural: Es para todos. ¡Líbreme Dios no tener de Su sed!
Sus alas, no lo he visto, son un oasis al moribundo (tómame como a uno de ellos) y su abrigo, mejor que cualquier muro de viejas fortalezas…
“Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.”
Salmos 110:1
Suena retórico, hueco, no entender lo que atañe a Su gracia. Si se dijera: “Ríndete y, al hacerlo recibirás el sueño de tu vida” quizá alguien se aperciba y venga, y corra tras del escondido premio, pero –tampoco yo- lo entendía, en mi mal momento.
La estrategia de Dios se parece mucho a la del torero… Cuando el animal se cansa, luego de mucho capoteo, clava Sus santas banderillas y comienza un proceso de desangrado. Si uno comprende que nos hacen un favor, uno termina cambiando de actitud o viviendo con una nueva. Puede que, a regañadientes, hayamos puesto una o dos rodillas en el suelo. Puede que nos resistamos a la espada o que nos sometamos a Su señorío y, aún tras la última estocada, nos levantaremos a la vida: Una vida nueva.
Maldecía Su nombre. No daré detalles y no vienen al caso… y, aunque doble una parte de mí -quizá dos- todos mis miembros caerán a Su señorío: Nadie puede escapársele (Es Dios quien exalta a Su hijo: Siempre cumple una promesa).
Humilde o no, he de rendirme de un todo y no de forma externa, con un par de miembros; sino en todas las dimensiones.
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