Hay una canción de Steve Perry, (Strung
Out, Journey) que dice:
“Es difícil amar a alguien, especialmente cuando no
te pertenece”. Hay dos
formas en que puedo ver esto: 1) Hacia dentro y 2) Hacia a fuera.
Hacia dentro, pienso en las veces que elegí estar con personas a las que
no podía satisfacer por diversas razones. No era la persona que ellas y ellos
buscaban o necesitaban. No les apreciaba por ser las personas quienes eran,
sino por esas condiciones aleatorias de la vida, circunstanciales o de mi
conveniencia. ¡No era amor!
Luego, hacia afuera, pienso en algunos motivos para
esos acercamientos. Muchos fueron genuinos, espontáneamente naturales y hasta
bien concertados en un plan, sea de ellos o divinos. ¿Quién pretende casarse si
no hay un proyecto de vida?
No tengo idea de cómo se escribieron las letras de esa canción: No es
muy profunda; pero sí que lo es el tema que corresponde a cada una de nuestras
vidas. Puede que el compositor no sea el mismo cantante o, quizá, el último sólo
puso parte de la letra y la expresión del sentimiento… En ese sentido, todos,
de alguna manera, hemos llegado a conocer las cosas. Puede que no las hayamos
vivido o experimentado pero –como en una buena película- vemos, oíos y vivimos
la vida de algunos personajes, luego lloramos o reímos (con ellos) pues, hay
cosas que se entienden con nuestras vivencias (hacia adentro) y otras que se
comprenden con la razón (hacia afuera).
Pienso que la mayor búsqueda humana se centra en el
hallazgo del genuino amor (¿Sólo se mira por fuera, sin ver lo de adentro?). Hay momentos en que buscamos el oro o el
tesoro, pero no hay nada más apreciado que ese amor que cada persona o animal
sueña para sí: Somos ineficientes en darlo, no así en soñarlo e idealizarlo.
Alguien ha dicho, no sé cuál fue su nombre: “La vida es una moneda y
puedes gastarla como quieras ¡pero sólo una vez!
Wow! Es una palabra dura.
Si me pongo a sacar cuentas, a ver qué hice con el capital de lo que
creí era mío ¡he vivido soñando! (y todavía sueño). Sin porcentualizar lo que
hice con “mi” tiempo, sin recriminarme tanto (ya no puedo recuperar nada) eché décadas a la cesta de la basura…
“Nadie
sabe lo que pierde hasta que no lo tiene”. (A lo hecho pecho) ¡Buuaaááá! ... ¡Sniff!
Pero por otro lado, mucho de lo que quise gastar de mi vida –para mi
bendición- no se gastó ni se malbarató; así que NO TODO ESTÁ PERDIDO (pero eso
no me alivia al reconocer algunos errores que YA NO PUEDO DESHACER).
¿Nunca
es tarde cuando la dicha es buena?
Quizá yo deba reír (Estoy pensando en Neudys). Ella dice que me vuelvo dicharachero… ¿Será que
no hay quinto malo? (¡Je! ¡Je!)
Cuando uno se pierde ¿Qué es lo
primero que hace al darse cuenta de ello?
Nunca había viajado tantos días y tantos kilómetros como cuando fui a
Colombia, el año 2009. Uno va a Cuba en avión y se echa un par de horas, pero
–viajar en bus- es conocer gente, nuevas experiencias, regionalismos, comida
típica, paisajes que nunca podrás ver de cerca viajando por el aire y, además,
los costos e incomodidades son muy distintas… ¡Hay algo qué contar!
Al llegar a Cartagena, en pleno terminal de buses, me dije: “¿En
dónde estoy y adónde voy? ¿Qué estoy
haciendo?”.
En ese momento me sentí en medio de la nada, más
ajeno de la gente y de ese lugar al que yo no conocía (excepto por la referencia de un nombre,
y mis visitas a Google Earth) y, añadido a ello, la incertidumbre del destino,
el incómodo calor, la presión de no haber dormido bien y otros costos… ¿Tendría
dinero suficiente para mi regreso? ¿Estaba haciendo lo correcto?
En un modo, todos mis planes se derrumbaron y perdieron sentido.
Yo trataba de coordinar el viaje con la chica que amaba en Colombia pero
-al no lograrlo- sentí desvanecer ese afecto y hasta ese sentimiento (un buen instante) dejó de ser lo que yo creía era
amor, justo cuando mi esfuerzo en nada se volvía, y ¡cómo había trabajado!...
¿A qué me llevaría ese viaje? ¿Hacía yo lo correcto?
Hay momentos de molestas incertidumbres y, según recuerdo, ese fue uno
de los más aciagos (muy intenso).
¿Cómo se sentiría Cristóbal Colón? ¡Se imaginan ese peo? Más de una
docena de hombres dispuestos a matarlo, todos por la angustia de volver salvos
a sus casas, siendo que la comida les escaseaba, luego de tanto viajar sin ver
tierra, sin saber cuál era el destino...
¡Pardiez!
¿Cuál es el destino final de vivir nuestras insulsas vidas?
Sé que “la felicidad” del
dinero me dura tanto como termino de gastarlo. Sé que “la felicidad” de un orgasmo dura los pocos minutos de todo ese impredecible
proceso y -pese a cualquier idea o emoción que pueda pensar o vivir- nada nos
deja plenamente satisfechos: “El justo come hasta saciar su
alma, pero el vientre de los impíos sufre escasez.” (Pro
13:25)
Es probable que -mi error- no esté sólo en el desatino
de algunas conquistas o metas, sino en no apreciar los reales beneficios de
cada viaje.
Al parecer -la mujer- disfruta más del camino, que la meta de terminar
la ardua tarea del viaje en hacerlo… ¡No lo sé!
Uno –el hombre- es más objetivo, específico; pero ellas siempre dan sus
rodeos: Quieren parar por aquí, mearse por allá ¡o arreglarse el cabello!
Uno se sube al caballo, le da un espuelazo (tres coñazos) y llegó a dónde yo quería;
pero ellas viven “intensamente” los detalles de cada viaje. ¡Ja! ¡Ja! Cuántas diferencias. (Las más bellas, por cierto).
Me arreché al llegar a Cartagena (no cómo lo haría un colombiano) ¡Je! ¡Je! (Ellos sí saben qué significa eso).
Hice un par de llamadas telefónicas, reorganicé la agenda de mi
estrategia de viaje y –al volver a escucharla-
su voz y su cariño me alentaron: Yo iba (y fui) por ella (pero qué viaje tan largo, mi hermano).
Demasiadas
manos en la sopa…
Yo hablaba y coordinaba con ella “lo
que haríamos” al cruzar la frontera. Creía que había firmes acuerdos en lo
que nos decíamos, que era “lo que
haríamos” (yo deseaba hacer una parte del
recorrido con ella) ¡Pero hice el viaje enteramente solo! (la familia siempre reconvenía a lo hablado con ella). Era racional la intervención,
el cuidado, pero yo –también- me exponía viajando a un país con 45 años de
guerrilla (menos
expuesto al peligro que en “la revolucionaria” Caracas, por cierto).
¿Pero
no estaba yo extraviado?
Mi viaje –gracias a Dios- terminó a dónde quise y pude llegar… ¿No sigo aún
en mi extravío? ¡Sí! (y no).
Una cosa se entiende al reconocimiento de no saber dónde estamos: Si no
sé dónde estoy ¿Cómo sabré a dónde voy?
Hay una gran lección que repetiremos en la vida.
El borracho siempre dirá “no estoy
ebrio” porque su conciencia es otra, está divorciada de nuestra realidad, y
no desea reconocer la voz ajena, sea del prójimo, de su madre (las mentadas) o las de un recién ganado
enemigo.
Hay momentos de extravíos en que la
luz (o una voz) nos orienta en
las densas tinieblas de este derrotero llamado vida. Otras veces, a pesar de la
importancia que tenga ese poder ver de las cosas, torpemente enceguecemos (o nos enceguecen) y ¡Ya no vemos! (No entendemos).
¿Qué se hace, si no puedo ver? ¡Busco
una voz! ¿Oyes esa voz?
Para evitar ponerme rabioso, prefiero hablar o conversar. Si me siento
perdido, si no tengo la información en mis manos, prefiero buscarla, indagar o
conversar ¡para saber!
Ese oír, el investigar o escuchar, salva muchas vidas
¿Cómo llegar a un lugar -otro país- si no sé dónde está y no lo conozco?
Pregunto, investigo, llamo, converso y hablo…
Hay una imagen -en nuestras mentes- de lo que cada uno de nosotros desea
y busca. Puede que sólo sea una idea con demasiados pensamientos, pero son expectativas
valederas, ideas prefabricadas y quizá erróneas; pero –al oírlas- todo como que
se reconfigura, se reforma y hasta se mejora. Tú amas a la mujer o al hombre de
tus sueños y, cuando oyes esa voz, cuando escuchas ciertas palabras, un raro
cosquilleo sacude tus oídos, tus entrañas y “sabes” que esa persona está cerca.
Uno con los labios ríe, acaricia, besa y se enamora…
Con la boca se dice, se conversa, se ama, se devora y se embelesa… pero
–usada equívocamente- con ella se destruye lo que se intentaba o deseaba amar. (Proverbios
26:28).
En relación a lo que degustan nuestros oídos, con la habilidad de la lengua,
tenemos la facultad de acercar LO QUE QUEREMOS (y lo que no deseamos).
En Cantar de los cantares, por ejemplo, hay muchas frases sexys: “Como
panal de miel destilan tus labios, oh esposa; Miel y leche hay debajo de tu
lengua; Y el olor de tus vestidos como el olor del
Líbano. (Cantares 4:11) Pero es algo ridículo enamorar a la mujer que uno quiere
con frases ajenas… ¡Dígame esos! que dejan que otro
hombre les enamore las chicas
cuando cantan y oyen
salsa erótica (¡Qué asco!)
La
muerte y la vida están en poder de la lengua… (Pro 18:21)
En relación a retomar o hallar el camino, una voz clara es importante.
Si quieres ser maestro de escuela, te harán pruebas foniátricas
–auditivas- para saber si oyes o eres entendido (fácilmente leído o escuchado)
¡Yo no!
Si quieres que te ESCUCHEN, has de pronunciar bien tu mensaje o decirlo
con palabras buenas, claras y específicas: Lo malo te lisonjea, te seduce o
atrapa. (Salmos 34:13)
Me gusta esta proclama de Jesucristo: "Yo soy el buen pastor, y conozco Mis ovejas y ellas Me
conocen… (Juan 10:14)
Uno
puede estar extraviado, perdido en la nada –sin
saberlo- y aún Él nos habla. Nuestras prioridades se
enfocan en metas temporales, en algunos paraísos de equívocos, pero el Buen Pastor no cesa en Su tarea ni en Su palabra.
"Tengo otras ovejas
que no son de este redil; a ésas también Yo debo traerlas, y oirán Mi voz, y serán
un rebaño con un solo pastor. (Juan
10:16)
Por
experiencia sé que “nadie aprende por
cabeza ajena”; pero ese refrán no es totalmente cierto. Si voy
manejando mi auto, al máximo permitido por la corruptible ley de Venezuela ¿No
frenaré cuando vea una señal de alto, en rojo? ¿No
pararé cuando vea a otros
autos despeñarse o estrellarse?
¿Aceleraré cuando veo a otros morir, perdiendo toda Esperanza?
Parte
de mí reconoce no haber
llegado a ninguna parte del “Camino”. Sé que el lugar al cual quiero llegar
existe, no tanto por intuición o ese abrigo de la ilusión llamado Esperanza; sino por haber estado “cerca”, en fracciones de segundos o minutos.
Pablo (Saulo Pablo) en una de sus cartas bien ha dicho, luego de
disertar: “… la fe es por el oír; y el oír por la
palabra de Dios”. (Romanos 10:17) Lo único en que difiero
es que no sólo se oye, sino es
que Su palabra –la de Dios- también habla y hace. Uno no puede predicar ni
hablar de Dios, como un fenómeno propagandístico, sin que Él se manifieste. Si Dios no obra, si Dios no dirige, el tiempo y el
esfuerzo se pierden: “El que en mí cree, las obras que yo hago también él las hará; y mayores que
éstas hará; porque yo voy al Padre.” (Juan 14:12)
Me
parece una tremenda tontería predicar “que yo soy bueno” y demuestro ser malo: Soy vulnerablemente humano y enteramente
pecador (y estoy tras de la dicha que todavía –terrenalmente- no
termino de ver o hallar).
Dame
dinero, y no seré feliz (me querrán x ALGO, pero “eso” no soy yo).
Dame
a la mujer más bella que se haya
visto, y no seré feliz con ella (menos si me hace gastar todos esos churupitos
de un solo espuelazo) ¡Ja! ¡Ja!
Dame
otro país, dame otra
nacionalidad; y muchas cosas no se resolverán porque esa no es la voz que
me está llamando. ¿Qué te llama y atrae, a ti?
En todo caso, si no hallo otra verdad, me bastaré con lo poco que saque...
“Con el fruto de su boca el hombre sacia su vientre, con el producto de sus labios
se saciará.”
Proverbios 18:20